¡La bolsa y la vida! La OMS y el belicismo sanitario
El despotismo sanitario pretende sustituir los lentos pero garantistas protocolos científicos por arriesgados programas de innovación que conciben la sanidad como un asunto del Ministerio de Defensa
¡Que San Roquiño nos liberte de médicos, abogados e boticarios! En la imagen, compuesta por Castelao en una fecha cercana a la gripe de 1918, contemplamos a un matrimonio pobre que reza angustiado a San Roque, protector contra las epidemias. La plegaria no tiene como fin librarse de la enfermedad sino de algo mucho peor: el poder infestado de intereses espurios de médicos, farmacéuticos y abogados que, en la falsa secularización del mundo moderno, acabará por sustituir a la divinidad como fuerza omnipotente (con la particularidad de que encarnará una arcaica deidad: caprichosa, autoritaria y vengativa). La estampa pertenece a Nós (Nosotros), álbum que muestra en cuarenta y nueve dibujos la resistencia íntima del pueblo gallego a los embates de la modernidad tecnócrata, al tiempo que refleja la progresiva pérdida de la libertad en nombre de unos derechos abstractos que nunca llegarán: la emigración aparecerá, por ejemplo, retratada como forma moderna de esclavitud y fuente de miseria, mientras que las leyes se revelarán contrarias a la igualdad y causantes del expolio ciudadano (“Un padrenostriño para que Deus nos liberte da xustiza”, leemos en una de las láminas, mientras que en otra vemos a una paisana cargar a duras penas sobre su espalda un ataúd en el que se puede leer la palabra “LEX” (ley) mientras ella maldice “Canto pesa e como fede!” (¡Cuánto pesa y cómo hiede!)).
Puede parecer paradójico, pero para la “atrasada” y en gran parte analfabeta sociedad de hace cien años en la que Castelao interviene, era obvio que un médico o un farmacéutico no eran de manera automática figuras benefactoras de la humanidad por más que representasen a la ciencia. El contraste con el integrismo cientifista de hoy en día es impactante, pues conferimos a las autoridades médicas y científicas un grado de obediencia y confianza ciudadana casi ciego, como ha mostrado nuestro colega Carlos Sánchez en su último artículo. Nada muestra con más fuerza esta realidad que la aceptación, por parte de medios y partidos “anti-imperialistas”, de la OMS como una institución benéfica y apolítica a la que hay que someterse. ¿Cómo es posible que a cinco años del Covid-19 y el Great Reset ningún gran partido denuncie la destrucción forzada de nuestros consensos básicos sobre la democracia, la ciencia o la libertad de expresión que están llevando a cabo instituciones como la OMS y organizaciones dizque benéficas, al servicio de la industria farmacéutica, como el Wellness Trust o la fundación Bill & Melinda Gates? Podríamos pensar que la futura salida de EEUU de la OMS cambia las cosas, pero como ha argumentado hace apenas unos días David Bell, el panorama no se ha modificado en absoluto, pues las políticas bélico-sanitarias más lesivas para la población durante la crisis del covid-19 (confinamientos, investigación en la ganancia de función o mandatos de “vacunación”) han sido implementadas por los estados en coordinación con la Big Pharma sin necesidad de la OMS. La decisión de EEUU de retirarse de la OMS, además, no cuestiona en absoluto la deriva transhumanista, antidemocrática y arriesgadamente experimental de la ciencia (otra cosa distinta es lo que pueda llegar a hacer como Ministro de Salud nuestro héroe Robert F. Kennedy).
Una guerra poblacional en nombre de la salud.
Estamos siendo atacados sin que apenas nos demos cuenta. El despotismo sanitario impulsado por la industria farmacéutica y biotecnológica bajo el paraguas de la OMS (y con la complicidad de EEUU) quiere sustituir la democracia por un régimen global gobernado por una filantropía que no pase por el control de ningún parlamento, además de sustituir los lentos pero garantistas protocolos científicos por arriesgados programas de innovación que conciben la sanidad como un asunto secreto propio del Ministerio de Defensa. Esto es lo que propone Wellcome Trust, una de las mayores organizaciones filantrópicas de investigación biomédica, presidida hasta hace poco por Jeremy Farrar, el jefe científico de la OMS desde 2023, y acusada por el British Medical Journal de conflicto de intereses durante la crisis del covid-19. Wellcome defiende la necesidad de encontrar “soluciones urgentes” que afronten “los tres desafíos de salud mundial: salud mental, enfermedades infecciosas, así como clima y salud”. Para ello creó la Wellcome Leap, un instituto transhumano del que Farrar es director emérito, y que reclama la necesidad de que la ciencia funcione en base a la lógica del DARPA, el centro americano de innovación en defensa creado durante la Guerra Fría y conocido por experimentar vulnerando todo derecho ciudadano.
De hecho, Regina Dugan, la responsable de Wellcome Leap, fue nombrada en 2009 directora del DARPA por Obama, y ejerció como alta ejecutiva de Google, Facebook y Motorola, en donde diseñó una polémica pastilla de autentificación digital. Los proyectos impulsados por Wellcome Leap presumen de atentar contra la “sabiduría convencional” y de tomar riesgos para cuyas “consecuencias no deseadas” debemos estar preparados. Entre sus planes eugenésicos está el de tener mapeado en 2030 el cerebro del 80 por ciento de los niños para así promover intervenciones de homogeneización poblacional que eviten el fracaso escolar o la criminalidad.
En boga con el ultracapitalismo de mensaje izquierdista defendido por instituciones como el Foro Económico Mundial o la misma OMS, Wellcome Leap utiliza un vocabulario falsamente republicano para imponer una agenda abiertamente antidemocrática. Presume, por ejemplo, de ser un movimiento de base por tener hasta 650.000 científicos dispuestos a movilizarse y reclama que en los global commons -es decir, en el mundo- hay que promover cambios regulatorios urgentes que permitan un avance real de la ciencia. Este intento de implantar una tiranía sanitario-digital global no solo reclama la necesidad de acabar con el “consenso [científico] de la revisión por pares” y de introducir el factor “riesgo” como un nuevo derecho (trans)humano en los experimentos, sino que apuesta por eliminar la democracia y sustituirla por una gobernanza de grandes organizaciones filantrópicas independientes que “tienen la habilidad de hacer lo que otros no pueden” puesto que “en un momento en el que la Humanidad se encuentra en una urgente necesidad de acción, la filantropía puede actuar con rapidez, sin preocuparse por los ciclos electorales o los lentos procesos que suponen realinear la voluntad política con los incentivos de las estructuras económicas globales”.
El origen del despotismo científico-sanitario: la historia de la OMS.
El historial anti-democrático de la OMS, unido a la ausencia de una conciencia crítica en nuestra esfera pública, explica como hemos llegado a este momento de descarrile democrático. Los mismos partidos e intelectuales que desde la izquierda acusaban al FMI (1944) y al Banco Mundial (1945) de ser instrumentos de dominación y empobrecimiento ciudadano se plegaron desde la crisis del covid-19 a las directrices de la OMS, sin percatarse de que esta institución se creó en 1948 como compañera de las otras dos por medio de los acuerdos de Bretton Woods firmados por EEUU, Gran Bretaña y los países de Europa Occidental. El objetivo inicial de estas tres instituciones no fue otro que el de funcionar como instrumentos de gobernanza mundial no democrática que asegurasen, tras la Segunda Guerra Mundial, el orden monetario global necesario para mantener una economía que respectase los intereses de los estados firmantes y mantuviese intacto su dominio colonial. Esta lógica de dominación, que fue adaptándose a las distintas épocas vividas desde entonces, debiera mostrarnos algo que es obvio pese a la insistencia de las fuerzas políticas hegemónicas en negarlo: las políticas sanitarias son, de la misma manera que las políticas económicas o verdes, potenciales instrumentos de dominación.
Randall M. Packard o Mark Harrison han mostrado, de hecho, que los intentos de regulación global de la salud siempre han obedecido a los intereses económicos preponderantes y han acabado resultando en graves crisis sanitarias. La agenda político-sanitaria de la OMS nunca ha dejado de estar ligada a los oscuros proyectos de las fundaciones que la han financiado: si hoy en día es la Bill & Melinda Gates Foundation quien sujeta el timón de mando, en los años 1950-1960 eran la Ford Foundation y el Population Council (establecido por John D. Rockefeller III) quienes orientaban la acción de la OMS a políticas de planificación familiar. El gran problema de esta colaboración filantrópica se encuentra en una realidad inalterable: siempre ha impuesto a la OMS políticas de intervención vertical que, en lugar de promover la autonomía médica de los países más necesitados, los han sumido en una lógica dependiente de ayuda masiva en tiempos de crisis que ha beneficiado los intereses especulativos de los grandes poderes. Por ejemplo, entre 1973 y 1980, y bajo la presidencia de Halfdan Mahler, la OMS intentó cambiar de rumbo universalizando el sistema médico de atención primaria mediante el impulso de la “Declaración de Alma-Ata” cuyo objetivo era la consecución de “Health for All by 2000” (Salud para todos en 2000). Este propósito fracasó, sin embargo, ante la presión de los grandes donantes, y se sustituyó por un sistema selectivo de atención primaria (“Selective Primary Healt Care”).
La relación de la OMS con las naciones del tercer mundo siempre ha sido neocolonial. En la crisis de deuda experimentada por estos países en la década de los años 80 y 90 como consecuencia del salvaje “go-go banking” de los años 70, la OMS se plegó ominosamente a los intereses de los poderes financieros. Los estados del tercer mundo fueron obligados por el FMI -y con el beneplácito de la OMS- a abandonar la sanidad gratuita y la inversión en gasto social como condición esencial para refinanciar su deuda. Entre los episodios más controvertidos en este sentido se encuentra el acuerdo firmado con el Organismo Internacional de Energía Atómica (IAEA) por el cual la OMS acepta no interferir en los intereses de la primera, renunciando, por ejemplo, de ser necesario, a hacer estudios médicos en áreas afectadas por la energía atómica.
Sin embargo, el peligro que la OMS representa para nuestras libertades es un fenómeno que se remonta a la crisis del SARS de 2003 cuando, como se cuenta en una de sus historias oficialistas, pasó de ser un órgano consultivo a erigirse en autoridad supranacional que vulneró de facto las competencias de los distintos países, declarando niveles de emergencia nacionales e internacionales y entrando en un conflicto abierto con Canadá al recomendar no viajar a Toronto. Este incidente dio pie a que en 2005 la OMS reformase en su 61 Asamblea el Reglamento Sanitario Internacional y autoconfirmase su poder supranacional, permitiéndole a su director general decretar emergencias sanitarias y denunciar a países por supuestamente falsear datos en base a la ya célebre lógica fake-news. En 2009 la polémica estalló cuando, durante la crisis de la gripe porcina (H1N1), la OMS fue acusada de elevar arbitrariamente el nivel de emergencia sanitaria para favorecer a la industria farmacéutica mediante la promoción del antiviral Tamiflú.
Una década después, la gestión de la crisis del covid-19 (que según Clay Baker destruyó los cuatro pilares básicos de la ética médica) ha sido utilizada por la OMS como una excusa para erigirse en un poder de vigilancia mundial y control ciudadano sin precedentes. Mediante su despótica reforma de la legislación sanitaria, la OMS apuesta por un modelo político autoritario en el que los derechos básicos del individuo que fueron aprobados en la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 sean suprimidos en nombre de un opaco bien común. En concreto, proponen eliminar de su reglamento la garantía de que toda política sanitaria se implemente “con pleno respeto de la dignidad, los derechos humanos y las libertades fundamentales de las personas“, para sustituirla por una siniestra promesa en clave woke de “equidad, coherencia e inclusividad“. Pero además, aunando control sanitario y digital, la OMS está impulsando bajo el paraguas de GAVI y con la participación de Microsoft, el Banco Mundial y las grandes empresas farmacéuticas proyectos de identificación biométrica asociados a la expansión de la vacunación masiva como el New ID2020. No es casualidad que esta última iniciativa haya sido la encargada de coordinar la realización de un pasaporte de vacunación global que ha recibido el eugenésico nombre de “Good Health Pass”, asociando de manera explícita la buena salud –por ejemplo, el estar o no infectado- con los derechos humanos y de ciudadanía que permiten la libertad de movimiento.
Tedros Adhanom Ghebreyesus, presidente reelecto la OMS, parece situarse en la línea de alguno de los dirigentes más escandalosos de esta institución, al estilo de Hiroshi Nakajima, acusado, entre otras cosas, de compra de votos o de contrabando con valiosos iconos rusos. Las acusaciones de violaciones de derechos humanos que pesan sobre él son numerosas y van desde la negligencia intencionada –causa de miles de muertes- que una organización, tan poco sospechosa de ser anti-globalista y contraria a la OMS, como Human Rights Watch le atribuye como Ministro de Sanidad de Etiopia en las epidemias de cólera de 2006, 2009 y 2011, hasta la complicidad con la brutal represión del gobierno etíope del que formó parte ocupando también la cartera de Ministro de Asuntos Exteriores. Entre las polémicas más sonadas de su mandato, destaca la concesión (revocada por la presión pública) del título de Embajador de la buena voluntad de la OMS al dictador Robert Mugabe. Sin embargo, el aspecto de su mandato que más nos debiera preocupar es la promoción de un sistema sanitario universal con una fuerte participación privada que va en detrimento de los sistemas de sanidad pública.
Estamos, en definitiva, ante una avalancha de despotismo sanitario que convendría detener ya. Pero el campo está plagado de minas, y bien podría ser que, emocionados ante la crisis de legitimidad de la OMS, no nos diésemos cuenta de que aquello que tenemos que vigilar son las distópicas agendas hiper-globalizadoras de la industria farmacéutica y bio-tecnológica y su intromisión, totalitaria, ilegal y dañina, en nuestros países y en nuestras vidas.
Sobre el autor
David Souto Alcalde es escritor y doctor en Estudios Hispánicos por la Universidad de Nueva York (NYU). Ha sido profesor de cultura temprano moderna en varias universidades estadounidenses. Especializado en la historia del republicanismo y en las relaciones entre política, filosofía y literatura, en los últimos años se ha centrado en explorar los fundamentos del autoritarismo contemporáneo: tecnocracia, poshumanismo y globalismo. Es colaborador habitual de distintos medios y miembro fundador de Brownstone España.
Gracias, Carlos! Sí, en general pareciese que buena parte de la población prefiere el mandato no democrático de la OMS, etc y fundaciones filantrópicas afines. Digo que pareciese porque no creo que sea así. Son más bien las élites las que lo quieren de esta manera. Por eso el discurso de JD Vance en Munich ha sentado tan mal a izquierda y derecha.
Me parece magnífica la claridad y la potencia del artículo. Solo matizo un par de cuestiones:
La primera, que creo que, por cuestiones biológicas y cronológicas, la intelectualidad de 1945 y de hoy no tienen los mismos elementos humanos, aunque sí pueden resultar equiparables unos y otros. La diferencia, en mi opinión, consiste en que la oligarquía controladora se ha hecho mucho más efectiva, tanto para comprar voluntades valiosas como para silenciar a las díscolas. No se trata de que no haya hoy -el mismo David que firma el artículo- personas capaces de desmontar el sofisma, sino de la enorme dificultad de lograr eco.
Otra cuestión la veo en la anulación de la representación política democrática. Creo que se ha degradado tanto y ha traicionado de una forma tan insoportable su responsabilidad que hoy, por algún mecanismo inconsciente, la inmensa mayoría de la sociedad prefiere cualquier cosa, incluidas la OMS o la Fundación Gates, a las decisiones de las cámaras elegidas. Con la información controlada, el objetivo de usurpar el poder se vuelve facilísimo.