¿Qué pasó con la salud?
La persona ha ido desapareciendo del actual paradigma biomédico, eclipsada por el creciente papel otorgado al patógeno y al remedio
En lo que llevamos de siglo XXI, desarrollos de vanguardia en medicina y biología habían ido demostrando que el paradigma mecanicista de la salud, basado en simples conexiones lineales entre un patógeno, una enfermedad y un remedio, es una ficción. Es una ficción porque ignora a la persona y porque ignora la intrincada red de relaciones en la que se da cualquier fenómeno biológico. Pero es un ficción muy útil para el tecnocapitalismo.
Entre tales desarrollos podemos mencionar la psiconeuroinmunología, que demuestra, más allá de toda duda, la enorme influencia del estado anímico de las personas sobre su sistema inmunitario. O la psicomicrobiología, que muestra cómo la salud física y mental está claramente influida por el microbioma intestinal, un enorme ecosistema que incluye bacterias, virus y hongos, gracias al cual podemos hacer la digestión. Todo organismo sano contiene billones de bacterias y virus benéficos, sin los cuales no podría vivir. No somos individuos atómicos, sino seres simbióticos.
Los virus, como las bacterias, se descubrieron asociados a enfermedades, pero desde hace décadas sabemos que las bacterias son esenciales para la vida. En los últimos años hemos empezado a comprender que los virus también están presentes, para bien, en muchas de las funciones básicas del organismo humano y de todo organismo sano. En los océanos hay una cantidad astronómica de virus (en cada gotita de agua de mar que nos salpica en la playa puede haber medio millón), sin los cuales no sería posible la prodigiosa autorregulación química y biológica del mundo que llamamos Tierra y que es sobre todo agua.
Un virus no es una bomba que explota donde cae. Actúa de una manera u otra según el medio y el contexto, según el sistema inmunitario, según la persona. En la medicina clásica de todas las culturas, la enfermedad era solo uno de los polos de una tríada que incluía, con no menor peso, a la persona y al terapeuta. La relación (y la conversación) entre la persona y su médico era, y debería seguir siendo, esencial en todo tratamiento. Pero la persona ha ido desapareciendo del actual paradigma biomédico, eclipsada por el creciente papel otorgado al patógeno y al remedio, más fáciles de entender en términos estrictamente bioquímicos. Con ello, la medicina pierde su dimensión de arte de curar y se convierte en mera técnica. Cosa que también conviene al tecnocapitalismo.
La salud de una persona se parece más a la prodigiosa complejidad de una sinfonía que al funcionamiento de una máquina. Y la curación se parece más a potenciar el equilibrio y la fuerza de esa sinfonía que a una reparación mecánica. La salud de cada persona es única, pero a la sanidad tecnocapitalista le resultan más rentables los tratamientos one size fits all, como las vacunaciones masivas. Y sin embargo, es evidente que no todos los tratamientos funcionan igual para todas las personas. Por eso la curación ha de tener siempre un elemento de autogestión, en que la persona conserva el sentido de lo que le va bien y lo que no, sean alimentos, hábitos de vida o tipos de terapias. El soberano de la salud de una persona no es el médico ni el sistema, sino la misma persona, que alberga en su seno la fuente de su salud y de su curación. El papel del médico es ayudar a que la fuente interior de la salud mane sin obstrucciones, con toda su fuerza y su vigor.
Hace medio siglo, en su clásico Medical Nemesis (Némesis médica), Ivan Illich ya denunciaba la “expropiación de la salud” generada por el sistema sanitario, que se ha convertido, escribía, en “una grave amenaza para la salud”. Illich temía que el paradigma mecanicista de la salud, la “medicalización de la vida” y los desarrollos tecnológicos compatibles con ambos, podían llevarnos a
un nuevo tipo de sufrimiento: la supervivencia anestesiada, impotente y solitaria en un mundo convertido en sala de hospital […], en un infierno planeado y diseñado a través de la ingeniería.
No debe confundirse la sanidad tecnocapitalista con el verdadero arte de curar.
La física cuántica, la descendiente más encantadora del pensamiento occidental del que surgió la ciencia moderna, también nos muestra que en última instancia el mundo no está hecho de sustancias fijas y aisladas (como se suponía que eran los átomos y los genes). La física cuántica implica que el mundo no está hecho de cosas, sino de relaciones. También la salud es el resultado de la confluencia de múltiples relaciones dinámicas. A diferencia de lo que el paradigma mecanicista querría hacernos creer, cada célula es también única, se halla en continua transformación y se comporta de una manera tan prodigiosa que, cuanto más la exploramos, más desborda nuestra comprensión.
Es urgente dejar atrás el paradigma mecanicista y abrazar un paradigma holístico de la salud. “Holístico” remite a la comprensión de que el todo es siempre (en lo vivo y en lo humano, no en lo mecánico) más que la suma de sus partes. Deriva del término griego ὅλος, holos (‘completo, total, entero’), que Platón usa al criticar a los médicos que “negligen el todo”:
Así como no se ha de intentar sanar los ojos sin la cabeza, ni la cabeza sin el cuerpo, no se ha de tratar al cuerpo sin la psique.
Veinticuatro siglos después, alude a esta cita Hans-Georg Gadamer en su obra Über die Verborgenheit der Gesundheit (‘El carácter oculto de la salud’, 1993). El gran filósofo alemán, fallecido en 2002 a los 102 años de edad (algo debía saber de salud), argumenta que la salud no puede ser impuesta a partir de “valores estándar” y ni siquiera se puede medir, puesto que es un estado personal de adecuación interior (inneren Angemessenheit) y de auto-armonía (Übereinstimmung mit sich selbst). La salud, como todos sabemos, es algo de lo que somos sobre todo conscientes cuando nos falta. Podemos sentir un malestar en nuestro interior, pero en cambio, explica Gadamer,
la salud no es para nada algo que sintamos interiormente. La salud es ser-ahí, ser-en-el-mundo, ser-con-otras-personas, estar-activo-con-las-tareas-de-la-vida, estar-lleno-de-alegríacon-las-tareas-de-la-vida.
Más sucintamente, Gadamer escribe que “la salud es el ritmo de la vida”, y añade: “Somos naturaleza y la naturaleza en nosotros sostiene nuestro equilibrio interior”.
Cada persona es única. También es única cada desafinación de la sinfonía de la salud. Pero se ha ido imponiendo un paradigma, el de la sanidad tecnocapitalista, que no está centrado en las personas, sino en las empresas, en la línea de lo que desde hace medio siglo promueven Klaus Schwab y el Foro Económico Mundial.
En el mundo centrado en las empresas, no en las personas, la autonomía sobre nuestra salud queda reducida a un mínimo. Ejemplo de ese mínimo fue, durante el Covid, la casi total ausencia de consentimiento informado en las campañas de administración de inyecciones con instrucciones genéticas. En la sanidad tecnocapitalista, las grandes empresas farmacéuticas, a través de su red de influencias sobre todo tipo de autoridades (sanitarias y políticas), imponen su criterio sobre qué se nos ha de administrar y qué no. Como su principal motivación son sus beneficios y no la salud de las personas, cabe concluir que la salud de las personas nunca había estado tan amenazada.
El doctor Peter McCullough ha calificado el tratamiento de la covid como “nihilismo terapéutico”, en el que se abandona toda cartografía de remedios probados para lanzarse a navegar en mares ignotos, bajo el impulso de lo que conviene a los intereses del tecnocapitalismo y del complejo tecnofinanciero. Lamentablemente, la salud pública se ha convertido en una vía de extracción de dinero público hacia manos privadas. Al mismo tiempo, la salud pública es ahora la puerta trasera por la que penetra el totalitarismo tecnocrático, mientras quienes han sido confundidos por la narrativa oficial siguen creyendo que todo es por el cuidado de las personas y por el bien común.
La salud pública ha sido presa del tecnocapitalismo porque antes había sido desplazada a su terreno de caza: la salud había sido reimaginada en términos más acordes con el tecnocapitalismo. Desde los tiempos de John D. Rockefeller (cofundador de la primera gran multinacional de la historia, la Standard Oil, que tuvo que ser disuelta por sus malas prácticas, y de la epónima Fundación Rockefeller, muy interesada, desde sus primeros días, en cambiar el paradigma de la salud pública en esta dirección), la salud de las personas se ha ido desplazando cada vez más del ámbito personal, orgánico y vital al ámbito de lo mecánico, reduccionista y despersonalizado. Se ha pasado del doctor que te conocía y te miraba a los ojos al levantamiento de pantallas y muros de datos entre médico y paciente. Se ha pasado de la relación terapéutica personal, en la que se confía en la capacidad de curación que la vida o la naturaleza brinda a través de lo más íntimo de la persona, a una relación cada vez más tecnocrática en la que se supone que la curación es un producto que la persona o el sistema de salud pública han de comprar (a precios cada vez más astronómicos) al tecnocapitalismo.
Extraído del capítulo 23 de Jordi Pigem, Pandemia y posverdad: La vida, la conciencia y la Cuarta Revolución Industrial, Fragmenta, Barcelona, 2021, páginas 105-111 (las referencias se encuentran en las páginas 135-136).
Sobre el autor
Jordi Pigem es Doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona. Fue profesor del Masters in Holistic Science del Schumacher College (Inglaterra). Entre sus libros destaca una reciente trilogía sobre el mundo contemporáneo: Pandemia y posverdad (2021), Técnica y totalitarismo (2023) y Conciencia o colapso (2024). Desde 2025 es Fellow del Brownstone Institute y miembro fundador de Brownstone España.
"No debe confundirse la sanidad tecnocapitalista con el verdadero arte de curar."
Es la verdad!
....coincido en bastante de los enfoques tratados en el artículo, pero me chirría lo del "tecnocapitalismo"....como si hubiera una medicina "tecnosocialista", paradigmática en lo que a las buenas prácticas se refiere. Creo que es bueno que la medicina se apoye en la tecnología, para su expansión y mejora, y para ello se necesitan de recursos asignados eficientemente (y en esta tarea los "Estados" están claramente sobrepasados). Dicho esto, creo que si cabría distinguir entre concepciones culturales bien diferenciadas entre oriente y occidente, estando los orientales mejor posicionados en lo que a una concepción holística de la salud pueda referirse.