Ordo ab chao
Ya sea en Holanda, en Estados Unidos, en el Reino Unido o en España, los ciudadanos del Occidente global vivimos desde hace al menos dos décadas bajo el imperio del miedo inducido.
Mientras escribo estas líneas, se están extinguiendo poco a poco los ecos de los graves disturbios raciales de Torre Pacheco, Murcia, que me han tenido unos días francamente en vilo. Quizás consideren ustedes que exagero, pero lo cierto es que pocas cosas me pueden alarmar más que los estallidos raciales, sobre todo por la aleatoriedad con la que se suelen cobrar sus víctimas. Cualquiera puede ser víctima en un clima de violencia racial, y lo sé por experiencia personal. Como ustedes sabrán, pasé varios años de mi juventud en La Haya, aquel lugar desolador de puro aséptico, que me ofrecía como único incentivo para seguir viviendo allí el ver colmadas mis aspiraciones musicales. La Haya, ciudad en la que pasé cuatro largos años, era una ciudad que me horrorizaba, como han podido ustedes deducir, y la experiencia holandesa, en aquel otoño de 2004, estaba a punto de empeorar. No se alarmen, no amenazo con escribir un artículo autobiográfico, más allá de cuatro pinceladas. El artículo de hoy tampoco pretende indagar en la cuestión de la tensión racial, que tiene causas diversas, y que bien podría merecer un artículo propio que, antes o después, tendré que escribir. Mi artículo de hoy tiene por objeto ilustrar cómo el poder tiene la capacidad de predecir los estallidos (o incluso provocarlos), aprovechar su inercia, manejar la visceralidad del público y dirigirla hacia soluciones preconcebidas. Dicho de otro modo: crear el miedo, manejarlo, amplificarlo, para imponer el orden, de modo que la inmensa mayoría de la gente, presa de sus bajas pasiones, acabe por aplaudir medidas que de otro modo jamás hubiese tolerado.
Terror y Caos
El 2 de noviembre de 2004, Mohammed Bouyeri, un islamista holandés de origen marroquí asesinaba a tiros al cineasta Theo Van Gogh en plena calle en Amsterdam. Van Gogh, que como habrán podido deducir, era familia del inmortal pintor flamenco, venía de estrenar un corto muy controvertido de título “Sumisión”, basado en un guión de la parlamentaria de origen somalí, Ayaan Hirsi Ali, en el que criticaba de manera muy descarnada el papel de la mujer en el Islam. Tras su estreno en la televisión pública holandesa, allá por agosto de 2004, Van Gogh comenzó a recibir amenazas de muerte, a las que, según parece, no concedió excesivo crédito, por lo que decidió rechazar la protección ofrecida por el gobierno holandés. Craso error, sin duda. Su asesinato tuvo por consecuencia un estallido de ira racial que se extendió por toda Holanda. Se sucedieron las quemas de mezquitas, atentados de toda índole, altercados entre blancos holandeses y magrebíes, y una tensión racial que se hacía patente en cada esquina del país.
Así las cosas, un día cualquiera, paseando por Grote Markt, me crucé con un grupo de magrebíes visiblemente alterados, hablando muy alto entre sí, interrumpiéndose los unos a los otros. Uno de ellos, al percatarse de mi cercanía, sin mediar ni media palabra, me sacudió un guantazo. Recuerdo mirarle con más estupefacción que rabia mientras sus amigos lo separaban de la escena del crimen atropelladamente, temerosos de poder ser vistos. Una situación que resume la combinación de elementos que se daban al tiempo en aquella Holanda de principios del milenio, en perfecta sincronía: la tensión racial, la vigilancia policial permanente y la desconfianza. A veces, sólo hace falta un pequeño empujoncito para cambiar súbitamente una realidad social. Un pequeño "nudge". Sirva de ejemplo la pandemia del COVID. Pocos días de tenaz propaganda del terror fueron necesarios para encerrarnos en casa y tenernos dando palmas a las ocho y cantando el “Resistiré” durante meses.
Sea como fuere, las cosas en Holanda se complicaron mucho para los magrebíes. Súbitamente, la “tolerancia” holandesa, seña de identidad del país, se había esfumado. Quizás esa pretendida tolerancia (qué palabra tan fea), no fuese más que fachada al fin y al cabo, pero hasta ese momento se mantenía un cierto equilibrio, aunque fuese impostado. Tampoco aportó nada a la concordia que en uno de los vídeos promocionales de Al Qaeda, apareciese Mohammed Bouyeri, el presunto asesino de Theo Van Gogh, quien, recordemos, se negó a recibir asistencia letrada en su juicio, lo que le permitió expresar en el juicio toda su panoplia de planteamientos extremistas, propiciando así la creación de un clima de histeria colectiva con respecto de Al Qaeda, y sus redes locales, como la red Hofstad. Todo ello sirvió para construir un clima favorable por el que el Estado holandés pudo endurecer notablemente sus políticas antiterroristas y de seguridad.
Holanda se había convertido en pocos meses en un Estado policial, no ya para los magrebíes, sino para todos sus habitantes, homologable al resto de Estados europeos, como España, que venía de sufrir pocos meses antes el peor atentado en suelo comunitario de la historia; el Reino Unido, que sufriría su particular secuela de atentado en trenes poco después, en 2007; o de manera más reciente, París, protagonista de los ominosos atentados de la Sala Bataclán. Europa se convertía convenientemente en el escenario principal de la “guerra contra el terror”, y la retórica de los mandatarios evocaba con recurrencia el fantasma del islamismo radical, mientras, bajo cuerda, seguían tejiendo lazos con los Estados que propiciaban estas redes de islamismo salafista, generosamente financiadas desde Riad o Dubai. Con el tiempo, los formatos terroristas fueron ganando en creatividad, (a la vez que ahorraban un buen dinero, dicho sea de paso) llegando al punto actual en el que la tendencia hegemónica consiste en lobos solitarios que se pasean por las calles europeas machete en ristre y asesinando de manera aleatoria a los viandantes, o bien la de los atropellos masivos, más aparatosos y vistosos, también perpetrados por lobos solitarios, una tendencia que, lamentablemente, también se inició en Holanda, allá por 2009, en el famoso Día de la Reina en que se suele celebrar el cumpleaños de la reina Beatriz, dejando un saldo de 5 cadáveres y más de una decena de heridos. La policía neerlandesa se apresuró a descartar el ataque terrorista, quizás porque, de haberlo sido, se pondría en duda la eficacia de las medidas de orden público desplegadas desde el asesinato de Van Gogh. Un atentado, que recuerda al sufrido en Catalunya en agosto de 2017, un atentado casualmente (¿o no tanto?) perpetrado en los albores del recrudecimiento del proceso independentista.
El orden
Tras desatar el caos, llegan las soluciones. Dejamos atrás mi periplo holandés y sus traumas, para avanzar en el origen de toda esta histeria concreta. Histerias se fabrican muchas, y no es objeto de este artículo tratarlas todas, como es natural, pero sirva la histeria islamista inducida para entender la magnitud de los engaños sucesivos, y de cómo todos estos escenarios de terror y muerte sirven para cambiar de manera drástica la percepción de la gente. Tampoco pondremos hoy a prueba la solidez de las versiones oficiales. Quien tenga interés en profundizar sobre cómo la Historia se construye a golpe de atentados de falsa bandera, puede leer este artículo que publiqué hace ya algunos meses. Hoy nos centraremos en las consecuencias para la población general del terror islamista.
Viajamos en el tiempo al 11 de septiembre de 2001. El mundo se sobrecogía con la emisión en directo de unos atentados que inauguraban una nueva era en las relaciones internacionales y en la percepción general de seguridad en Occidente. A primera hora de la mañana en Nueva York, dos aviones se estrellaban contra las icónicas Torres Gemelas del World Trade Center, con un oportuno lapso de tiempo de media hora entre ambos, de modo que el impacto del segundo avión fue, probablemente el evento global con más espectadores de la historia de la televisión. Aquello sobrecogió al mundo de un modo tan brutal, que durante años, una población occidental sometida, accedió dócilmente a ver sus libertades claramente cercenadas.
La Patriot Act de 2001, promulgada precisamente tras los aquellos atentados por la Administración Bush, amplió significativamente los poderes de vigilancia del gobierno estadounidense, afectando de manera grave e irreversible la privacidad de los ciudadanos. Habilitó al gobierno de EEUU para la recolección masiva de datos telefónicos y electrónicos sin necesidad de órdenes judiciales. También facilitó el acceso a registros personales y la vigilancia de comunicaciones extranjeras y nacionales, hiriendo de muerte la protección contra registros e incautaciones irrazonables expresada en la Cuarta Enmienda, así como del Derecho Internacional. La ley implicó de manera descarada el fomento de la intrusión estatal y el abuso de poder, disfrazándola de esencial e insoslayable para la seguridad nacional. Los ecos de su impacto aún se perciben en el debate público, toda vez que se amplían los supuestos propiciatorios como hemos podido ver, sin ir más lejos, en la reciente crisis de los ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos) en el Estado de California.
El ejemplo de California resulta paradigmático ya que, como veremos, sus elementos se convierten en parte del paisaje sin que podamos ejercer ninguna resistencia. La seguridad biométrica, esta vez a cuenta del control de la inmigración, se presenta en sociedad como una necesidad perentoria. Precisamente, Palantir, la empresa que implementa esta tecnología, fue fundada por el magnate Peter Thiel, cuyos vínculos con la inteligencia estadounidense están ampliamente documentados. No por casualidad, Palantir es una empresa surgida de las mismas entrañas del Estado Profundo, financiada en sus orígenes por el proxy de la CIA y la NSA sito precisamente en Arlington (Virginia), lugar donde la CIA tiene su sede. In-Q-Tel, fue a su vez el principal financiador en los orígenes de Facebook o Google, por lo que podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que prácticamente todas las empresas estadounidenses que ofrecen servicios de internet, hunden sus raíces en el pantano que Trump había prometido drenar.
Quizás así resulte más comprensible que el día de su toma de posesión, todos los próceres de Silicon Valley, quienes crecieron amamantados por el monstruo del pantano, estuvieran perfectamente alineados tras él, cual guardia pretoriana. Pero de todos los gigantes de Silicon Valley, sin duda la empresa que tiene vínculos más evidentes con el pantano es Palantir. Es más, podría decirse que Palantir es el pantano. Por ello, no resulta extraño que los ICE hayan firmado un contrato de seguridad biométrica por valor de 30 millones de dólares, para desarrollar la plataforma ‘ImmigrationOS’, un programa cuyo objeto es proporcionar a la agencia datos "casi en tiempo real" sobre personas inmigrantes candidatas a ser deportadas, funcionando de manera similar a otras plataformas de monitorización de objetivos utilizadas en el genocidio en Gaza, como Gospel o Lavender, en cuyo desarrollo también está implicado Palantir.
Pero para que este tipo de programas contra las libertades públicas y la protección de datos personales se puedan ejecutar efectivamente se precisa de leyes que lo permitan. En este caso, la ley bajo la que se ampara el uso de plataformas como InmigrationOS es la Homeland Security Act , promulgada el 25 de noviembre de 2002, precisamente tras los ataques del 11 de septiembre de 2001. A tenor de su literalidad, esta ley creó el Departamento de Seguridad Nacional (DHS) para coordinar esfuerzos contra amenazas terroristas y proteger la seguridad interna. La ley reestructuró agencias federales, integrando 22 entidades, como los propios ICE, bajo el DHS. La ley autoriza la recopilación, análisis y uso de datos bajo la excusa de prevenir ataques, gestionar inmigración y responder a desastres. En este contexto de pánico inducido tras los atentados de las Torres Gemelas, se promulgó esta ley marcando un cambio significativo en la política de seguridad de EE. UU. Tras desatarse el caos, llegan las soluciones.
Caos en Torre Pacheco
Como ustedes ya sabrán, durante la última semana, en la localidad murciana de Torre Pacheco, se han desatado disturbios raciales entre magrebíes y españoles. La mecha prendía el pasado miércoles de la primera semana de julio, cuando Domingo, un vecino de la localidad de 68 años de edad, sufría una brutal agresión propinada por un grupo de magrebíes que lo asaltaron mientras paseaba tranquilamente por el pueblo. En ese momento se activó la maquinaria del caos. Por un lado, redes de pretendida ultraderecha capitaneadas por Alvise Pérez, líder de la plataforma electoral SALF (Se Acabó La Fiesta), comenzaron a difundir información falsa sobre la agresión, con la intención evidente de remover las vísceras de su parroquia. De manera casi inmediata, estas informaciones falsas se replicaron masivamente por las redes sociales. Un vídeo filtrado de una paliza a un anciano en Almería que no correspondía con la recibida por Domingo, las fotos de unos presuntos agresores que resultaron no ser los agresores reales, acompañadas de consignas de criminalización de la comunidad marroquí en general hicieron su efecto inmediato.
Bien es cierto que la comunidad marroquí no es como el resto de comunidades étnicas que viven en España. Es, de largo, la comunidad de extranjeros más numerosa en nuestro país con más de un millón de nuevos residentes nacidos fuera de nuestras fronteras, y también la que más ha crecido en los últimos años. Pueden ver aquí los datos. A ello se suma el hecho de que la tasa de natalidad entre los marroquíes es considerablemente más alta que la del resto. Se estima que el 8% de los nuevos nacimientos en España ocurren en familias provenientes de Marruecos, que pasan a engrosar los datos de españoles, lo que implica una complicación añadida a la hora de analizar los datos. Como he advertido al inicio del artículo, no busco hablar sobre el proceso de integración, que como en el resto de Europa, es bastante deficiente, basado en el hacinamiento de inmigrantes en barrios tradicionalmente obreros. La idea de este artículo es ilustrar cómo un clima de tensión predecible, se puede convertir en el escenario perfecto para abrir cierto tipo de debates con el objeto de imponer cierto tipo de medidas. Y en este caso, el clima de tensión predecible nos lleva a Torre Pacheco, un municipio en el que un tercio de sus habitantes son de origen marroquí, y es allí donde se produce el estallido.
Ya en 2021, en la misma localidad murciana se vivió un atentado pretendidamente yihadista, en el que un muchacho marroquí (de nuevo un lobo solitario) estrellaba su coche a gran velocidad contra una terraza de un restaurante hindú, matando a un ciudadano ecuatoriano y su esposa de nacionalidad británica. El autor del atentado, que había sido lo que se conoce como un MENA (menor no acompañado), habría dejado una carta en la que señalaba los motivos de su atentado. Esta misiva encontrada post mortem (un clásico de los atentados yihadistas) señalaba al mal trato recibido en el centro de menores que le había acogido y que no se respetara el Islam en dicha institución como motivación principal del atentado. Sin duda, este hecho luctuoso habrá quedado en el inconsciente colectivo de la localidad. Según señalan los datos del Ministerio del Interior, durante el primer trimestre de 2025, se había observado un importante repunte de las actividades delictivas en el municipio. Tan sólo un 4,1% de delitos, aunque un significativo repunte del 400% en los delitos contra la libertad sexual, un 250% más de delitos de tráfico de drogas y un incremento del 10% en los hurtos. Este pequeño repunte de la criminalidad se sumaba a un crecimiento sostenido de la misma, que entre los años 2022 y 2023 vería como las cifras de delitos cometidos escalaban un 39%. Como ven, un caldo de cultivo perfecto, que como queda de manifiesto, el Ministerio del Interior conocía bien.
La confusión
Así las cosas, con los bulos de Alvise corriendo por la red a todo trapo, y los ánimos del personal echando humo, viene la segunda parte de la Psyop (operación psicológica). Alvise suelta el cebo, y detrás vienen los pescadores. Un personaje como Alvise es fundamental para que todo fluya. Es el primero en llegar al escenario, es quien coloca las luces y quien pone la música. Alvise lidera la reacción, aglutina en torno a sí la indignación y conduce a sus víctimas a una vía muerta. Lo hizo con las manifestaciones en Ferraz, con las manifestaciones de los agricultores y también lo hizo con las pretensiones de los críticos de las medidas pandémicas, presentándose a las elecciones europeas enarbolando la bandera de la crítica contra la OMS y contra el delirio totalitario vacunólatra, y robando de paso, todos los votos que podrían haber ido a parar a otras opciones más sólidas y trabajadas en ese sentido. Ni que decir tiene que, una vez llegado a Europa, no se ha vuelto a saber nada de él. Su función ya se había cumplido. Había entrado en una suerte de barbecho mediático, hasta que estalló lo de Torre Pacheco.
Su papel en los disturbios de Torre Pacheco ha consistido en dejar a los pies de los caballos a todos los que confiaron en la veracidad de sus “informaciones”, de manera muy similar a lo que hizo durante las pesquisas del asesinato de Mateo, el niño de 10 años de Mocejón. Mismo patrón, mismo resultado. En aquella ocasión, Alvise empezó a filtrar informaciones falsas, pretendidamente provenientes de fuentes policiales, sobre el retrato robot del presunto asesino, sobre el coche en el que habría huido, sobre su pertenencia al improvisado centro de “acogida” cercano a la localidad, etc… Nada de aquello era cierto, pero sirvió para que las masas de crédulos digitales señalaran a los inmigrantes de la localidad como causa del crimen. Al día siguiente, cuando ya todo el mundo había mostrado públicamente sus más bajas pulsiones xenófobas, llegó la versión oficial. El asesino del muchacho del pueblo pasó a ser, presuntamente hasta que haya sentencia firme, un menor disminuido psíquico de la localidad. Podría pensarse que semejante drama humano habría concitado un debate sobre la importancia de la salud mental, o sobre las precarias condiciones en las que sobreviven muchas de las familias que tienen que lidiar con un asunto como este, pero no: al día siguiente el debate era la xenofobia, el anonimato en las redes y la desinformación, cuyos argumentos principales sirvieron para apuntalar proyectos legislativos que se activaron inmediatamente después. Muy oportuno, ¿no creen?
Para que todo funcione según lo previsto, según los “teóricos de la conspiración”, es fundamental un aparente grado de inacción por parte de las Fuerzas de Seguridad del Estado, para dejar que las cosas ocurran, que el caos fluya. Algo así como un incendio controlado, una quema de rastrojos. Así ocurrió en Mocejón y del mismo modo en Torre Pacheco. En las primeras imágenes que nos llegaban de la localidad murciana, se veía un número bastante exiguo de agentes de seguridad intentando sin demasiado éxito contener a la turba enfurecida de vecinos del pueblo. Ya se empezaban a escuchar las primeras voces de la posmoprogresía mediática criminalizando a los vecinos, tachándolos de ultras, nazis, de racistas y demás lindezas, y estábamos sólo a jueves. Durante todo el día siguiente, comenzaron los llamamientos, tanto de grupos de españoles como marroquíes, que se citaban por las redes preparándose para una batalla campal. Todo el mundo sabía que en Torre Pacheco aquella noche sería larga. Incluso La Sexta, que ya tenía a sus “minions" allí dispuestos para uno de sus especiales cargado de morbo, sensacionalismo y señalamientos. Todos, salvo los encargados de organizar el operativo policial, que por lo que se ve, no ven La Sexta. Los agentes allí desplegados eran claramente insuficientes para contener a los grupos de violentos de uno y del otro lado. Unos 50 agentes, para contener a grupos de varios centenares de individuos de ambos bandos, armados con palos y botellas, que pululaban por la ciudad sembrando un caos más aparente que real.
Humo y Espejos: fabricando la opinión pública
Gracias a la inestimable colaboración de los bulos de Alvise, la posmoprogresía mediática ya tenía carnaza para armar un buen discurso, con muchas palabras de esas de usar y tirar, que se deciden en un despacho la noche antes, y que sirven para centrar a la parroquia y dirigir el debate público. Sin duda, la palabra de moda de estas algaradas es “escuadrista”. Una palabra con carácter castrense, a medio camino entre los grupos paramilitares y las bandas organizadas, que además se usa sólo para referirse a uno de los dos bandos. Porque sí, querido lector, en este conato de guerra étnica, hay dos bandos, aunque los medios de comunicación sólo muestren uno. Y si no, juzguen por ustedes mismos si esta simpática reunión de árabes, ataviados con máscaras y palos, son un grupo de boy scouts observantes del Corán o más bien un grupo de “escuadristas” violentos. Sería interesante conocer cuántos de ellos tienen antecedentes penales y/o colaboran de manera habitual como informantes de las Fuerzas de Seguridad de algún Estado. Sea como fuere, el vídeo que se viralizó en mayor medida y que sirvió para justificar el uso compulsivo del neopalabro es éste. Vean cómo la Guardia Civil retira su coche justo en el preciso momento en que los “escuadristas” irrumpen en el establecimiento de kebabs, haciendo volar las sillas y mesas de la terraza. En esta otra toma, ya de las cámaras de seguridad del restaurante, se ve cómo los susodichos “ultras”, entran en el local rompiendo cosas, mientras los dueños se guarecen detrás de la barra. La escena dura menos de un minuto. No se percibe un ensañamiento físico contra los dueños.
Estas imágenes se han convertido en el símbolo del racismo de Torre Pacheco, una suerte de evocación de la “Noche de los Cristales Rotos” en la Alemania de Hitler, y han sido replicadas por todos los medios de comunicación más o menos sistémicos. Del mismo modo que el vídeo falso de la agresión a Domingo difundido en las redes de Alvise sirvió para convencer del barbarismo magrebí a los afines, este vídeo cumple fines similares, pero para la parroquia de enfrente. Sin embargo, a mí el segundo, de cuya autenticidad nadie duda, me genera muchas suspicacias. En primer lugar, me llama poderosamente la atención esa retirada estratégica del coche de la Guardia Civil. ¿Por qué retirarlo justo en ese momento? Según el común del posmoprogresismo, esa retirada sería la clara muestra de la connivencia de las Fuerzas de Seguridad con el racismo ultra. Según esta interpretación, no se trataría de cuatro grupos ultras contra el inmigrante, sino todo el Estado. Este relato contrasta claramente con los datos de regularizaciones masivas por parte de los respectivos gobiernos que, paradójicamente, parecen empeñados en batir su propio récord en cada legislatura, sin que el color político parezca tener demasiada influencia en las cifras. Así las cosas, el gobierno actual, con la aquiescencia de sus múltiples socios, parece decidido a seguir el camino de sus predecesores.
Por tanto, no parece que la tesis del racismo institucional sirva para explicar esa retirada del coche de la Guardia Civil. Pareciera, más bien, que la intención de dejar que el ataque al kebab sucediese responde a una orden, a una estrategia de comunicación. Del mismo modo, pese a lo aparatoso del ataque, no parece que hubiese una verdadera voluntad de hacer daño, sino de escenificar la barbarie, como en un rodaje de televisión. Este planteamiento es, obviamente, una presunción, y como es natural, no todos los lectores compartirán esta tesis. Pero cuando uno ha visto muchas veces un mismo patrón, tiende a identificarlo rápido, y a la luz del resultado, se puede inferir la intención. Siempre conviene preguntarse, máxime en estos tiempos de vídeos falsos y de narrativas interesadas, a quién beneficia una determinada acción. Sin extenderme mucho más en este punto, hagamos un sucinto repaso por las consecuencias penales de la algarada, ahora que el telón está a punto de bajarse. Los Comunes han planteado una querella contra VOX por delito de odio, y Fiscalía investigará de oficio en la misma dirección. El líder del grupo neonazi Deport Them Now ha sido detenido y la oenegé Acción Contra el Odio ha presentado una querella en Fiscalía contra un nutrido grupo de agitadores entre los que se encuentra Alvise Pérez. Veremos en qué queda todo. Permítanme aventurar que al bueno de Alvise es bastante probable que no le ocurra realmente nada, no así a muchos de los que lo siguen. Por el otro lado, no tenemos noticias de que los grupos de agitadores marroquíes que se organizaban en linea al grito de “a por los españoles” vayan a sufrir ninguna clase de represalia.
Lejos queda ya la agresión a Domingo, origen de todo el conflicto. Llama significativamente la atención que los tres marroquíes detenidos por la paliza no viviesen en el municipio. Tres jóvenes de origen marroquí con, uno con pasaporte español y dos en situación irregular, a los que se les presenta como víctimas de la falta de integración. De nuevo, se pone el foco en el problema del racismo institucional, que sirve de justificación de comportamientos violentos. Mientras tanto, La Sexta y su particular habilidad para arrimar el ascua a su sardina, emite especiales sobre Torre Pacheco en los que señalan toda clase de culpables de la situación, a saber: los pseudomedios, las redes de desinformación de la ultraderecha, o incluso el mismísimo Putin y su archiconocida malignidad. De nuevo, el buenismo progre impone sus tesis, evitando entrar en el fondo del asunto, que es, como señalaba antes, el incremento de la inseguridad en Torre Pacheco y tantos otros municipios españoles. Tal es el clima de opinión que se ha creado, que Domingo, víctima de la brutal paliza que propició este escenario, ha decidido no interponer querella alguna, ya que no quiere líos. Una reacción bastante lógica, al fin y al cabo, ya que no debe ser plato de gusto que su seguridad personal quede al albur de las pulsiones violentas de pandilleros locales, y quizás no quiera ser tildado de racista, ultra, ni epítetos similares, como por otro lado, se ha hecho de manera general con el resto de los vecinos de la localidad, asimilados pertinazmente a los “escuadristas nazis” por los medios de alienación de masas.
Intelion, ELISA y el dominio cognitivo
A estas alturas del artículo, pensarán ustedes que quizás exagero, que un poco de manipulación de los medios no es para tanto, y que, a fin de cuentas, esto siempre ha pasado. Y nos les faltaría razón, pero es que este asunto de la propaganda y el control social está alcanzando unas cotas de sofisticación verdaderamente notables, y no sólo al otro lado del charco o en las lejanas tierras de Oriente. Por ello, les presento el nuevo juguete de la inteligencia española, de nombre Intelion, una herramienta de software que incorpora inteligencia artificial, con la que se monitorizan 24/7 todas las comunicaciones, desde radio y televisión hasta las redes sociales. Es lo que el Ministro de Interior, Grande Marlaska, denomina “patrullar las redes”. Una herramienta ideada para combatir en el “dominio cognitivo” en contextos de “operaciones de información” (INFOOPS), como en “operaciones psicológicas” (PSYOPS). Con Intelion, se pueden medir estados de opinión, anticiparse a ellos, elaborar estrategias de comunicación, influir en la opinión pública, o incluso, según nos dicen en la página web de Defensa, cruzar los datos de las comunicaciones con datos biométricos. Según la literalidad de la publicación, la finalidad de estas estrategias “puede ser la de disuadir, neutralizar o incluso agredir”.
Como pueden ustedes suponer, nadie se compra un juguetito semejante si no tiene intención de usarlo, máxime cuando ni siquiera es el único de su clase, ni tan siquiera el primero. En tiempos de COVID, el Gobierno de España, en coordinación con la Comisión Europea, convirtió la cuestión de la “desinformación” en máxima prioridad a nivel de Seguridad Nacional. Por ello, promulgaron esta Orden PCM/1030/2020, de 30 de octubre, sobre Procedimiento de actuación contra la desinformación aprobado por el Consejo de Seguridad Nacional. Similares esfuerzos legislativos encontraron su reflejo en el ámbito europeo, culminando en la infausta Ley Europea de Servicios Digitales (DSA), por la cual se obliga a las plataformas de servicios de internet a convertirse en una suerte de brigadas parapoliciales del pensamiento al servicio del globalismo. Al calor de estas leyes (entre otras) se implantó ELISA, un software precursor del ya mencionado Intelion, por la cual el CNI monitorizaba las redes sociales en busca de “contenidos antiglobalistas”. Al margen de que estar en contra del globalismo como idea política es perfectamente legal, no creo que sea tarea de ningún gobierno andar monitorizando a ciudadanos concretos, ni a publicaciones concretas, ni estableciendo mecanismos de censura más o menos sutiles por razón de ideología. Es más, a mi juicio jurídico es abiertamente anticonstitucional, ya que vulnera el artículo 18 de la CE referente al secreto de las comunicaciones, al tiempo que socava la vigencia del artículo 20, sobre libertad de expresión, artículo en que se proscribe de forma expresa la censura previa.
Conclusión
Ya sea en Holanda, en Estados Unidos, en el Reino Unido o en España, los ciudadanos del Occidente global vivimos desde hace al menos dos décadas bajo el imperio del miedo inducido. Se crean los problemas, se engordan generosamente por la vía de la financiación, y cuando están convenientemente cebados y preparados, se buscan los eventos legitimadores de cara a la opinión pública. Así se escribió la narrativa de la “guerra contra el terror”, inaugurada allá por 2001 por la Administración de Bush hijo. El atentado de las Torres Gemelas, que hoy día a casi nadie se le escapa que, en el mejor de los casos, resultó una excusa propiciatoria para todo lo que vendría después, abrió la veda para implantar toda suerte de medidas contra la intimidad de las personas, en Estados Unidos primero, y en el resto de Occidente después. La peor parte, sin lugar a dudas, se la vuelven a llevar los sirios, libios, iraquíes, iraníes, somalíes, sudaneses, y libaneses, y singularmente, los palestinos, que han visto cómo sus países se convertían en bancos de pruebas de la barbarie permanente, empujándolos a abandonar su tierra y/o enfrentar un surtido catálogo de maneras de morir, ya sea a manos de los terroristas subvencionados por Occidente, ya sea cruzando el Mediterráneo como carne de cañón de las mafias de la inmigración.
Y este, queridos lectores, es el escenario que nosotros mismos hemos jaleado. Cuando los medios nos vendieron a Saddam Hussein como la encarnación del mal absoluto, compramos el producto de manera acrítica, ajenos, en nuestra ignorancia, a que el susodicho había sido puesto ahí por los mismos que después lo villanizarían. Siete países destruidos después, seguimos comprando como sociedad la misma narrativa absurda, aunque ya roce lo ridículo. El Estado Profundo, consciente de nuestra abulia, muestra cada día menor pudor a la hora de vender narrativas que, a poco que uno rasque, no se sostienen en pie. Así es como, de la noche a la mañana, hemos visto convertir al jefe del Frente Al Nusra (Al Qaeda en Siria), el ínclito Al Jolani, en un respetable demócrata de toda la vida, enfundado en un traje caro y con su barba de terrorista islamista perfectamente recortada. Ya casi nadie le recuerda jugando al fútbol con cabezas cristianas decapitadas al estilo yihadista. Tal es la desfachatez, que ninguno de esos medios serios a los que el público general sigue concediendo crédito, alzó su voz cuando fue ceremoniosamente recibido en París, el mismo París que pocos años antes velaba los muertos de la Sala Bataclán, de cuya rúbrica era Al Jolani, precisamente, el responsable.
Esta “guerra contra el terror” y la inestabilidad resultante, trajo por consecuencia movimientos migratorios forzosos y masivos, que de manera nada sorprendente, han resultado en un suculento negocio para países como Marruecos, con quien la Unión Europea mantiene un trato económico para contener la avalancha migratoria hacinada en centros de internamiento, y de manera singular, España, que paga religiosamente a Marruecos por este “servicio”, lo que no resulta óbice para que, de tiempo en tiempo, Marruecos utilice a los inmigrantes como arma arrojadiza contra su enemigo natural: nosotros. Como hemos señalado antes, la presión migratoria es aprovechada por empresarios locales, de esos que se pasean en BMW con su banderita de España en la muñeca, que saben cómo aprovechar la situación, depauperando paulatinamente las condiciones laborales en sectores estratégicos como la agricultura o los servicios de bajo valor añadido. Este goteo permanente de inmigrantes se empuja a los barrios más humildes, creando fricciones de convivencia y favoreciendo la creación de ghettos, mientras los prebostes del posmoprogresismo nos convencen de las bondades de un multiculturalismo forzado, cuyas consecuencias negativas nunca tendrán que soportar en la comodidad de sus barrios residenciales, esgrimiendo para ello argumentos ciertamente mezquinos y cargados de verdadero clasismo y racismo institucional. A fin de cuentas, alguien tendrá que recoger las frutas que ya no queremos recoger a cambio de salarios esclavos y limpiar los culos de los mayores a los que abandonamos en centros de mayores tercermundistas, según dicen estos “progres”.
El previsible malestar de quienes soportan la inmigración masiva resulta de inestimable utilidad para los dueños de la narrativa. Al que se queje por la convivencia forzada, se le etiqueta de racista y se le criminaliza, mientras el gobierno lo ostenta el posmoprogresismo globalista. Mientras tanto, ya sea en la oposición o en el gobierno, los pretendidos conservadores hacen de la inmigración su manera de fidelizar a la parroquia en barrios humildes (véase la agresiva campaña de Trump contra la inmigración y la crisis de los ICE). Una sociedad polarizada en torno a los síntomas de una enfermedad, es incapaz de entender sus causas, y resulta mucho más sencilla de manejar. Nada resulta más instrumentalizable que la ira y la frustración. Lanzados los unos contra los otros en una guerra fratricida, la polarización sirve de justificación a los gobiernos para establecer medidas de control de la vida civil, ya sea para limitar y constreñir la libertad de expresión, ya sea para controlar a los ciudadanos a nivel biométrico. En este caldo de cultivo, experimentos como los de Palantir, Elisa o Intelion, encuentran la mejor legitimación posible y un acomodo especial en el Estado Profundo. Vean cómo recientemente, el ejército estadounidense ha nombrado coroneles del ejército a directivos de Palantir o Meta. De manera análoga, en España, Indra es una empresa sistémica materialmente incrustada en el organigrama del Ejército. Además, la más que probable fusión entre Indra y Movistar augura todavía mayor control sobre todos los aspectos que hemos tratado en este artículo.
En un mundo cada vez más conectado, las bajas pasiones resultan la manera más efectiva de controlar el rebaño humano y conducirlo al redil. El miedo, la rabia, la indignación, el deseo o la envidia, son las nuevas herramientas de persuasión con las que se disciplina a las masas. El arma más poderosa de control social que hayamos conocido, actúa como bomba psicológica a golpe de click, y lo mismo sirve para lanzarte a la calle contra quien corresponda como para encerrarte en casa durante meses. Padecemos una hipertrofia comunicativa que, pese a parecer voluntaria, nos esclaviza hasta el punto no ser capaces de privarnos de ella, y de cuyo rastro, nuestro excedente conductual, se vale un poder parasitario para controlar y dirigir los designios de campos cada vez más amplios de nuestra libertad individual y de nuestra capacidad colectiva de entendernos y explicarnos a nosotros mismos como sociedad. Sin embargo, y pese a la creatividad creciente con la que los humanos ideamos modos de esclavizarnos, soy moderadamente optimista. Al fin y al cabo, quizás la propia algoritmización de los métodos de control de masas pueda acabar por liberarnos de los grilletes digitales, porque, como ya he dicho, una vez que se descubre el patrón, ya no se puede dejar de verlo. Pura lógica binaria. Tras la acción, llega la reacción, y tras el caos, siempre se impone el orden.
Sobre el autor
Carlos Sánchez es músico, docente y analista político. Cursó su formación musical superior en la disciplina del jazz en Holanda, en los conservatorios de Groningen y Den Haag, completando su formación como productor e ingeniero de audio en la Middlesex University/SAE Institute de Londres. Formado también en el ámbito jurídico, obtuvo el Grado en Derecho en UNED (España). Durante casi una década ha combinado su actividad docente y musical con su faceta de comunicador, escribiendo artículos sobre su pasión, la geopolítica, de manera frecuente en Diario 16, y presentando Grupo de Control, un espacio semanal de entrevistas dedicado al periodismo de investigación.
Magnífico artículo, gracias
Ergo estamos de acuerdo en que sus preludios son maravillosos. Discrepamos en sus óperas. Lo que ocurre es que Wagner -especialmente su tetralogía- representa la quintaesencia de una parte de los mitos germánicos.
PD. Creo que me he metido en un jardín....Crep que Daniel Barenboim dijo que no es necesario saber música para apreciarla y/o sentirla