España Democrática y Europea (¡Una, Grande, Libre!)
España lleva décadas secuestrada por una élite acomplejada, de segunda división regional, que en cuanto percibe que los ciudadanos empezamos a despertar pone el grito en el cielo para disciplinarnos.
Se ha comentado mucho el manifiesto belicoso publicado por Javier Cercas en El País llamando a una nueva Marcha sobre Roma para defender que “Nuestra Patria es Europa”, que tenemos “una bandera única: la bandera de Europa” y que hay que proclamar (pareciese que con dos cojones, o con muchos pares de calcetines de lana merina puestos sobre los cojones) “un único lema sin paños calientes: “Aquí se hace Europa o se muere””. Cercas, a quien lo latino, lo visigótico y lo musulmán debe producirle herpes zóster en la ingle, se asemeja con esta retórica a Isabel Peralta, la linda veinteañera neonazi. Como ella, justifica el supremacismo europeo en que “todos venimos de Atenas y Jerusalén, de Sócrates y Jesucristo” para prometer desafiante (aunque dejando claro que él se mete en esto solo por webcam a través del móvil) que “estamos dispuestos a defender Europa” y “que si hay que hacer sacrificios por Europa, los haremos”.
Hace tiempo que no leía un texto tan repugnante, pero es de agradecer la claridad con la que Cercas muestra que los líderes o bebés-jefazos más distinguidos de esa generación que “mató” a Franco en la cama y lleva décadas presumiendo de ello son gente peligrosa. Hablamos de unas élites que nos han robado el pasado y el presente (han accedido al poder mediático, político o funcionaril muy jóvenes y sin apenas capacitación, ocupándolo sin pausa) pero que quieren también privarnos del futuro, mandándonos a la guerra. Según Cercas debemos luchar por “la paz, la prosperidad y la democracia en Europa”, pues hemos disfrutado de esta “durante los últimos ochenta años”. La inconsciencia senil-adolescente de este argumento supone arrojarnos a un conflicto entre bloques sin precedentes, y asumir como nuestra historia una venenosa impostura: es decir, que la Europa que surge de la unión del carbón y el acero promovida por Francia y Alemania en los años cincuenta fue una obra benéfica (gracias a la cual los países del sur hemos acabado siendo nombrados gorrinos o PIGS) y que tanto los regímenes comunistas del este como las dictaduras de Salazar y Franco fueron invernaderos de paz.
Quien tenga memoria histórica de la buena se percatará de que el discurso de Cercas es idéntico al de los franquistas que en los estertores de la dictadura celebraban, como Víctor Manuel en la canción “Un gran hombre”, la paz que nos había traído Franco pues “Años costó / su tributo a la guerra pagar / hoy consiguió / que se admire y respete su paz // Y, por favor / pido siga esta paz”. ¿Será que esta coincidencia se debe a que ahora estamos también en los estertores de la Unión Europea o, al menos, del régimen atlantista? De un modo u otro, no hay duda de que Cercas y sus compañeros de propaganda son aguerridos anti-franquistas: no nos debiera extrañar que en los próximos meses hagan revisionismo histórico y se opongan al franquismo, no por haber perpetuado la dictadura más allá de cualquier límite razonable, sino por haberse mantenido neutral en la Segunda Guerra Mundial. ¡Qué gran sacrificio y homenaje a los grandes ideales europeos habría sido disfrutar de las ruinas de Santiago de Compostela, Toledo o Granada bombardeadas por los aliados! Habría supuesto, desde luego, una oportunidad de oro para que nuestros artistas más politizados escribiesen novelas, hiciesen películas y se sintiesen verdaderamente europeos, un poco como esos niños que ven al compañero de clase con la pierna enyesada y con muletas, y fantasean con lo hermoso que sería verse así ellos mismos.
España lleva décadas secuestrada por una élite acomplejada, de segunda división regional, que en cuanto percibe que los ciudadanos empezamos a despertar de la metadona europea ponen el grito en el cielo para aclararnos en tono amenazante, apoyados en su taca taca y con el suero del USAID o similar enchufado a la vena, que “nuestra patria no es España ni Italia ni Francia ni ninguna de las viejas naciones europeas: nuestra patria es Europa”. Si España está en vías de extinción, como aseguró hace unos días Andrés Calamaro en inmejorable compañía, es porque este politburó de incapaces ha creado el mito de una España Democrática y Europea que no tiene otro destino que el de ser un protectorado de Francia, Alemania y las potencias atlánticas.
Esta España Democrática y Europea que “nos hemos dado entre todos” es algo así como un país convertido en un régimen de partido único, una vaca majestuosa pero esclavizada de la que maman las familias que se posicionaron en el albor ochentero en posiciones de privilegio. Los rusos tuvieron su oligarquía yeltsiniana y nosotros tenemos nuestra oligarquía española pero como somos culturalmente marxistas y gramscianos no nos hemos limitado a la élite financiera, sino que hemos creado una jet set mediático-cultural que se supedita a esta. Quien más quien menos fue acotando territorio, echando la meadita feromónica y proclamando a los cuatro vientos que aquello era su coto privado de caza, algo así como un marquesado moderno. Piensen ustedes en nombres endiosados por la propaganda, desde el ya fallecido Francisco Rico, que leyó el Lazarillo, “descubrió” el punto de vista narrativo y se convirtió en una especie de arrogante padre fundador de la patria, hasta el activista, articulista y divulgador Fernando Savater. Estamos ante adolescentes perpetuos que han vivido engañados por el planificado aplauso mediático, confundiendo la vehemencia de su ignorancia controlada con la audacia y el arrojo intelectual. Savater, por ejemplo, jamás ha acuñado sistema ni concepto filosófico alguno, ni ha dado prácticamente nunca pie con bola al margen de organizar la plataforma Basta Ya: en los últimos años pidió, contra toda razón republicana y científica, exclusión y violencia para los disidentes del totalitarismo covidiano, y estos días exige que vayamos a la guerra, repitiendo como un loro amaestrado el cuento de que EEUU salvó a Europa dos veces de caer en la barbarie. ¿Hay alguna relación entre estos intelectuales y pensadores del presente “europeo” como Giorgio Agamben o grandes figuras españolas del pasado al estilo de Zubiri, Ferlosio, Delibes o el mismo Dragó?
Todo nuestro ecosistema mediático-cultural (con excepciones como la de Juan Manuel de Prada o Ana Iris Simón, a la que intentaron linchar públicamente por su origen social plebeyo) está al servicio de este régimen de mediocres que parece diseñado por nuestros enemigos Brzezinski y Kissinger para que no levantemos cabeza. Si el poder cultural, pero también político, no se acumula en familias al estilo de los Savater, los Gabilondo, los Serra, los Bustinduy y un largo etcétera se reproduce por medio de agitadores culturales que defienden la España Democrática y Europea (que les da de comer y les permite hacer turismo de capitales) como la única posible. En este sentido, si Javier Cercas, temerario, impulsivo, boca-chancla, es el Millán-Astray de esta gloriosa España Democrática y Europea en la que la muerte se celebra y la inteligencia muere, Muñoz Molina es el Giménez Caballero, elegante, verborreico, ilustrado del revés. Son como el gordo y el flaco de la intelectualidad aria española que siempre ha soñado con ser alemana, francesa e inglesa, con tener una triple nacionalidad amalgamada en esa entelequia que ellos llaman Europa (la erre pronunciada de manera gotosa, como si fuese anglo-franco-germana).
Podrán pensar quizás que escribo estas inventivas desde una posición provocadora pero lo único que estoy intentando explicarles es que los problemas que afronta la España actual provienen en gran medida de estar controlada y comandada por unas élites de viejo régimen que son esencialmente corruptas en sus formas de preservación y expansión. Tomemos la crisis del covid-19, de la que se cumplen cinco años, como ejemplo. La clase político-cultural encargada de gestionarla pertenecía a dos jerarquías endogámicas y pecaminosas: el PSOE de Sánchez, con sus élites canovistas pero hasta cierto punto sociológicamente plurales (en las que se mezclaban niños de papá como Patxi López con gentes sin origen conocido como Ábalos) y Podemos, formado exclusivamente por hijos de ministros y altísimos funcionarios que emergieron como una especie de batallón AZOV, disfrazados de miembros de la clase obrera para eliminar a los que sí venimos de familias proletarias y accedimos por primera vez a la educación superior.
El problema no fue una cuestión de origen social sino de ceguera política derivada de una endogamia cancerígena y profundamente clasista (inaudita, en este sentido, en el demonizado régimen del 78 del que ha salido alguno de los tuercebotas a los que ya me he referido). Pablo Iglesias, por entonces vicepresidente del Gobierno, y los suyos vivían como Cercas o Savater hoy, en un marco mental de izquierda yuppie en el que, pese a Foucault, no existían los intereses de las grandes multinacionales farmacéuticas ni el autoritarismo del filantrocapitalismo. Para ellos lo único relevante era implantar sobre la realidad española un absurdo marco teórico derivado de Laclau y de una exotización de la política latinoamericana. Todo lo que se escapase a eso era fascismo, por lo cual los mayores enemigos que tuvimos los que necesitábamos una alternativa política en un momento de autoritarismo máximo como la crisis del covid-19 fueron ellos. Tampoco nos debiera extrañar, claro, que si los de Podemos son hijos biológicos del PP/PSOE, padres e hijos actuasen y sigan actuando, en lo realmente importante, de idéntica manera.
Puede, sin embargo, que empiece a abrirse alguna grieta entre ellos con lo de Ucrania. Hace unos días un amigo me informó de que Amador Fernández Savater (el hijísimo, el infante filósofo, ese Enrique VIII destronado en edad de ser abuelo pero que se proclama joven e hijo de la calle) me había llamado ignorante de extrema-derecha en un texto. Emocionado porque por fin alguien importante y de sangre real hubiese reconocido mi existencia me dirigí a un link de Facebook, y además de encontrarme una foto del susodicho (de quien nunca se sabe si está a punto de comerse un jarrete o mira goloso la foto de Simone Weil en un libro) me saltaron dos ventanitas que, entiendo, el algoritmo asociaba a su ideología o a la mía. Una era de la ONG Oxfam Intermón, y ofrecía unas fichas descargables para luchar, con datos en mano, contra el negacionismo que expanden en multitud de temas “el neoescéptico conspiranoico [es decir, alguien como yo] y el cuñado de café [es decir, yo mismo]”. Otra era, sin embargo, de una plataforma de venta de lencería usada que se hacía llamar FLUIDO EUROPEO y que, además de tener el conocido circulito de estrellas eurovisivo como logo, aseguraba en una letra cursiva salpicada de azul añil: “Tasty Treats For Your Identity”.
No entiendo cómo, pero en pocos segundos me encontré ante fotos de hermosas mujeres que se superponían a imágenes de prendas íntimas. Había banderas de Europa por todos lados y de cuando en cuando saltaba el avatar de un grupo de chicas que repetían con acento francés: “Somos hijas de Sócrates y Jesucristo. Hemos gozado en Atenas y en Jerusalén”. Sin que me diera tiempo a salirme de la web, se me apareció una imagen robotizada de Ursula Von der Leyen ofreciéndome en exclusiva sus bragas usadas sin gastos de envío con solo introducir el código promocional “REARME 2025”. Una voz en off similar a la del Teletienda aseguraba que aquella prenda era original y servía tanto para embozarse y salir a la calle a defender Europa, como para ponérsela por la noche a modo de pasamontañas y recargarse así de fraternidad, fe y fortaleza europeísta en los momentos más íntimos y cruciales del descanso.
Tengo que reconocer que me pudo la vena puritana y me indigné. Llamé al teléfono que aparecía como contacto para gritarle a quienes estaban detrás de aquella atrocidad que no todo vale, y me topé con una voz de indudable acento gallego que cortó la conversación diciéndome que si quería nos podíamos encontrar en A Coruña para que me entregase la prenda la mismísima Von der Leyen en persona, pero que eso encarecería en treinta euros el precio. No supe reaccionar y guiado por la irracionalidad acudí a la cita, que fue, “por motivos de seguridad”, en la trastienda de una carnicería halal. Me encontré a una chica en leggins con una careta de silicona de Von der Leyen cubriéndole toda la cabeza, que me extendía en silencio, moviendo la cadera, una bolsita herméticamente cerrada con unas bragas que a simple vista parecían algo deshigienizadas pero que tenían una pegatina que decía “EMISIONES DE BÁLSAMO DIVINO”. La chica, asifixiada dentro de aquella máscara de todo a cien, dijo, como si estuviera repitiendo con dificultad algo de memoria “Aspira por mi huerto / y corran tus olores” y me pidió el dinero.
Me negué a pagar un solo céntimo y le aclaré a mi interlocutora que solo había acudido allí para pedirle a los que estaban detrás de aquel negocio que dejaran de jugar con la gente y de proclamar aquellos mensajes bélicos travestidos de pornografía. Le intenté hacer ver, además, que nadie en su sano juicio, por pervertido que fuese, iba a creer que era posible comprar las bragas de Von der Leyen. La chica se sacó con rabia la careta y me dijo en dialecto coruño:
—Buah, neno, ya pareces mi puril [mi padre]. Son verdaderas. Es como el cuerpo de Cristo o las reliquias de los santos.
Era una veinteañera de una belleza desconcertante, no catalogada, como si el prototipo de gótica, gamer y estudiante empollona de Derecho se hubiesen reunido en un solo ser. Parecía amable, pero se obsesionaba en fingir arrebatos de ira ante mis preguntas y me aseguraba que sus numerosos clientes no tenían dudas sobre la autenticidad porque “aquí, neno —me dijo, galaica— se hace Europa o se muere”. De repente, algo pareció incomodarla y me soltó una frase que me hizo sentirme viejo por primera vez en mi vida, a mis casi cuarenta y dos años de edad.
—Chorbo, ¿pero tú no tienes hijas o qué? Me estás mirando las bufas [las tetas] en plan babas.
Tartamudeé explicándole que lo que yo miraba era la garra hispánica falangista que tenía entre los pechos porque no me cuadraba con la ideología nazi que se adivinaba detrás de alguno de los mensajes de su web, y menos con el ansia belicista pro-europea. Para cambiar de tema, sin dejar que respondiese, le recriminé que eran machistas al ofrecer solo bragas y no calzoncillos. Se le iluminó el rostro y me enseño una caja llena de bolsitas con bóxers de fragancia europeizante que estaban recubiertos por un poster de un Josep Borrell con el pecho descubierto, tan joven y musculado, que parecía Silvester Stallone en El semental italiano. Sin mediar palabra la chica se enfundó de nuevo la máscara de Von der Leyen, se alejó de mí, cogió un paquete idéntico al que me había querido vender y corrió hacia un cliente que acababa de llegar. Se parecía mucho a Paco Vázquez, pero no podía ser él porque hablaba gallego. Una vez que hubo acabado volvió con una barra de hierro en la mano, gritando y preguntándome si yo también era uno de esos hijos de miembros del PSOE y el PP que habían intentado extorsionarla para que pusiese cámaras secretas con las que denunciar públicamente a sus propios padres por venir allí a comprar caprichitos con las que sostener la filia bélico-europea. Quise decirle que se confundía, pero me llamó desgraciado y me dijo que no hay peor cosa que conspirar contra un padre o una madre. Me rozó con la barra de hierro en un hombro y me hirió en lo más profundo de mi conciencia nacional porque me hizo descubrir que la Unión Europea está rompiendo incluso lo más sagrado que teníamos, la relación entre padres e hijos de nuestras clases dirigentes.
Sobre el autor
David Souto Alcalde es escritor y doctor en Estudios Hispánicos por la Universidad de Nueva York (NYU). Ha sido profesor de cultura temprano moderna en varias universidades estadounidenses. Especializado en la historia del republicanismo y en las relaciones entre política, filosofía y literatura, en los últimos años se ha centrado en explorar los fundamentos del autoritarismo contemporáneo: tecnocracia, poshumanismo y globalismo. Es colaborador habitual de distintos medios y miembro fundador de Brownstone España.
Estando de acuerdo en el fondo de lo que expones en tu artículo, no creo que sea una característica exclusiva de España. Se puede afirmar que en todos los países del globo es una élite la que dicta lo que es correcto y lo que no lo es. Es decir, personas con nombre y apellido que dicen todo sobre todo y sin dar muchas explicaciones o si las dan no son ciertas o son medias verdades. Pregunta: en qué país crees que no existen esas élites que todo lo deciden.
Saludos cordiales
Muchas gracias, Jorge. El caso español es muy singular, diría que único en Occidente. No se trata de que no existan élites, sino de la calidad de estas y de la manera en que integran a diversos sectores de la sociedad. Es como en el caso de los políticos o las monarquías. Que haya por definición corrupción en estas no quiere decir que todas sean iguales y mucho menos que no se deban criticar. El caso español, insisto, es anómalo, sobre todo a partir de los hijos de la generación del 78. Se ha creado una aristocracia, un cierre de filas muy propio de una élite cargada de "buenísimo" que con el discurso "anti-franquista" o "europeísta" se cree por encima del mal y del bien. Las élites mediático-culturales y políticas americanas, italianas, etc son mucho más diversas. Sería impensable entre nosotros, por su origen social, un JD Vance, una Meloni. Nuestro hábitat cultural es también exageradamente endogámico. Todo esto redunda en que mientras en UK, por ejemplo, tienen medios anti-tecnócratas de gran alcance como Unheard, Spiked o OffGuardian, aquí, en España lo único parecido somos nosotros, una plataforma llevada por cinco personas. Una crisis de élites, por corrupción y endogamia, como la que padecemos supone no tener de facto autonomía ni soberanía y estar siempre a expensas de lo que decidan otros organismos o países. Nos hemos convertido en un protectorado.