Verano indio. Sobre un bloqueo de origen estadounidense (II)
EE.UU. es el racismo occidental, su platonismo, sin ningún complejo de culpa. Con América el odio occidental puede ser incluso sonriente y adoptar un aire indie.
Pueden leer la primera parte de este artículo aquí
Republicanos y demócratas coinciden en la misma metafísica, un solo espíritu que —quizá hasta Vietnam o el 11-S— parecía haber encontrado en un capitalismo imparable su realización "planetaria". Ahora no es lo mismo, pero persiste la idea central, aunque redoblada en el capitalismo woke: nada de fines, que quedan para la otra vida, todo son medios. Incluso, dicho sea de paso, algún día habría que estudiar la saña de nuestras conexiones, también de nuestro Sexo Rey, en relación con la crueldad de este nuevo nihilismo desenfadado. ¿Es este, igual o más dogmático que otras religiones, el continuador cuasi natural del cristianismo protestante? Aproximadamente, Todd, en La derrota de Occidente, piensa que así es. Mientras tanto, el color y el sabor incomparables del dólar sólo es una expresión externa y despiadada de esta tétrica espiritualidad, de una profunda y arraigada usura dirigida contra el alma; común por singular.
Estamos entonces ante una enérgica "inmanencia" diurna para la que es dudoso que el resto de los mortales estemos preparados. Es otra vez Baudrillard, en paralelo a Steiner y otros, quien se ha tomado la molestia de buscar este reverso fúnebre de la fiesta estadounidense. Tierra de promisión, antorcha de la libertad: virus de las conquistas. No es tan extraño que dentro de cualquier inmigrante ambicioso haya un nuevo "americano" intentando salir del armario de la pobreza; del armario de todos los armarios, en realidad, para escaparse de un contacto directo y cristiano viejo con la tierra. Es posible que Todd tenga razón y que, primero con evangelismo fundamentalista y después con el grado cero de religión, incluso con judaísmo cero, el dogma sea el mismo: sepárate del mundo para conquistarlo. Nada de hermandad franciscana con animalitos y seres humanos. A cambio, un archipiélago de furiosas sectas opacas o, en "Israel", Kibutz expansivos.
Si el sueño americano incluye además, al menos incluía, la posibilidad mítica de que cualquiera que se esfuerce y tenga suerte –también para ocultar la hilera de cadáveres que deja atrás– pueda llegar a lo más alto, es por este previo vaciado de una existencia a la que sólo le queda el éxito social y monetario para ser algo, visible y contable. En el fondo, contable sólo por un Dios que es el fondo calculador de las interioridades, que selecciona a sus predestinados: como en otros campos, aquí protestantismo y judaísmo se dan la mano. Es imposible separar el prestigio cuasi ontológico de la popularidad estadounidense de un mecanismo teológico de confirmación. Si eres visible y bien conocido, porque tus negocios terrenales van bien, es porque Dios también te ha elegido. In God we trust. ¿Quién es el Dios de los nuevos elegidos? El éxito, la salida de los elegidos sobre la masa indistinta de los perdedores. En definitiva, la confianza y el temor que generas: Israel y USA se dan de nuevo la mano. No es tan difícil adivinar por qué millones de latinos –aunque quizá la teatral y emprendedora Italia es otra historia– abominan de la velocidad de esta usura inmisericorde. Qué significativo que un poeta como Pound, el autor de Francesca, haya tenido que ser literalmente enjaulado como nostálgico fascista.
Curiosamente, a diferencia de Hitler, el propio Stalin manifiesta más de una vez su admiración por esta sencilla fluidez que puede romper todas las barreras y abrir el pasaje a una nueva era. Una época que rompa, hay que decirlo así, con todos los viejos vínculos del afecto. Algún día veremos si en la actual Rusia postsoviética continúa esa complicidad de fondo entre el colectivismo comunista y capitalista o, por el contrario, la nación de los zares ha regresado a un cristianismo comunitario incompatible con nuestra velocidad de huida y de rapiña.
En resumidas cuentas, de tal mutilación existencial en las almas vendría una no menos proverbial infantilización. De los actuales USA, y del mundo que tiene bajo su paraguas –nuclear porque ha roto el núcleo común de las viejas vidas mortales– proviene este infantilismo gradual de las sociedades sometidas a su metafísica superficial: violar lo común, aislar y federar. La fisión como condición de la fusión. Tanto en España como en Italia, en México o en Holanda, es fácil pasar bastante vergüenza en distintos escenarios influidos por este recorte estadounidense de la existencia, visible tanto en cualquier acto de graduación académica como en una excursión estudiantil a un yacimiento arqueológico. Allí donde prima la comunicación, una diversión desenvuelta que tapa un furioso esquematismo de los contenidos, allí está lo que ellos –ignorando un multitudinario sur americano– llaman sin complejos America.
Sería casi divertido estudiar todo lo que esta simplificación binaria –por no decir inquisitorial– del periodismo progresista y de los cultural studies le debe a este bravo espíritu natal que funda un Nuevo Israel. Es ya un tópico decirlo, pero la veloz anorexia anímica que, después de la Guerra Fría, sigue enfrentando a Occidente con la mayoría de las culturas exteriores no se daría sin ese influjo paranoico de la dirección estadounidense. Una influencia, insistimos, antes cultural que económica y militar; antes incluso religiosa, también con el actual y fiero nihilismo, que cultural. Finalmente, tal influjo tampoco se daría sin la desembarazada actualización de un puritanismo cada día más fun que, con su resuelta voluntad de aislar y comunicar –de destruir y reconstruir–, nunca ha sido el defecto del sur europeo o americano. Sería también instructivo estudiar algún día el efecto en Europa de una neutralización alemana que, a raíz del III Reich, ha dejado a los súbditos de Úrsula von de Leyen, de Mark Rutte y Kaja Kallas, huérfanos de todo pasado que no sea museístico.
Media Europa y parte de los EEUU demócratas se ríen, se escandalizan y se asombran con Trump, que es el payaso oficial de estos últimos años. Pero Él y sus ocurrencias, en torno a las cuales gira hoy media escena mundial, son sólo una caricatura eficacísima del entero espíritu cultural estadounidense. Y un epítome difícil de separar del humus nacional, demócrata y republicano, del que se nutre. De ahí su impunidad, igual que la de Biden, que se manifiesta también en que todos le hagan la cama: Daddy, susurra con emoción un derretido Rutte. Quedan, sin embargo, otras preguntas. ¿Está el propio Trump, que nació para ser ultra-liberal, irreverente y grosero, atrapado en esta seriedad fúnebre de la lógica natal estadounidense? Tiempo al tiempo.
Primero violar y después asociar los restos. Policía malo y policía bueno. Ni Trump ni Biden, ni Bush ni Obama, tampoco Kamala Harris, Camile Paglia o quizá –Dios nos perdone– la mismísima Judith Butler, se apartan seriamente de un acento u otro en este guión profundamente "anti-comunista", aunque por lo demás entrañable. Naturalmente, hay mil honrosas excepciones, pero viven como plantas exóticas en unos márgenes que, sobre todo actualmente, son de consumo más bien "europeo". Con tal deconstrucción cultural, anterior y posterior al domino económico y militar, el idioma inglés ha penetrado el mundo occidental al prometer salvarnos, con una fluidez insular sin culpa, de la pesadez tradicional del pasado moral, comunitario y sentimental. USA impone un multiculturalismo de término medio que, como un anuncio que no anuncia nada en particular –sólo la nueva salvación del nihilismo veloz–, liquida cualquier cultura que no esté nuclearmente armada: es decir, armada desde sus raíces, aliando tradiciones milenarias con una tecnología punta. China, Rusia e India son odiadas, pero intocables. Claramente, no es el caso de Irak, de Yemen, de Libia o Palestina.
En Los Ángeles, lo sabemos, se miman y protegen mil restos de viejas culturas y lenguas americanas. Aunque con la condición de que sean sólo eso, lenguas: vale decir, culturas que adornan el triunfo, también californiano, de la economía como religión verdadera. Con la metafísica del aislamiento vital y la conexión social, igual las naciones que los individuos, todos serán reconocidos en el escenario mundial con tal de que sean inofensivos y reserven su diferencia para el mercado del espectáculo. Si hacen otra cosa se convierten en la disculpa maléfica para una intervención de la alianza internacional de los elegidos. Una lección escénica y política que parecen haber aprendido muy bien, no sólo Rusia y China, sino también la Corea de Kim Jong-un. O un Irán que se resiste, primeramente por razones antropológicas de supervivencia, a desactivar su programa nuclear. Hacen bien, pues su única posibilidad es ser temibles.
La disuasión nuclear entre nosotros, se dice con razón, nos ahorra la guerra. Pero sólo entre nosotros, en el Primer Mundo y sus barrios periféricos, despóticos pero armados hasta los dientes. No para los otros, de Serbia a Colombia, de Yemen a Gaza y otras zonas secundarias. Hemos cambiado, en parte, las viejas guerras de religión y de dominio nacional por una guerra civil perpetua donde cada ciudadano debe lidiar día a día con el resto del orbe, con una sociedad que por mil caminos –hasta el de la duda, y lo que quede del complejo de culpa– se ha infiltrado en sus venas. Aparte de Gaza y Ucrania, no suele haber grandes matanzas en masa al estilo de las dos contiendas, pero la vida languidece en unos márgenes bélico-pacifistas que se confunden con la más iluminada de las escenas. ¿Es insignificante que los verdes alemanes apoyen, casi sin fisuras, las políticas genocidas del Estado de Israel? También en este sentido, quizá el afuera ha pasado adentro... ¿También en este sentido el Anticristo es el nuevo Cristo del nihilismo? Recordemos, sin una especial saña ni mala fe, que en los funerales del reciente papa Francisco sólo faltaba Netanyahu... A diferencia de las certezas estudiantiles del Mayo Francés, ¿seguro que hoy las estructuras, de origen americano, no bajan a la calle? Todo indica que la alianza del actual Occidente con este demente Israel que arrasa Palestina se debe a la fascinación ontológica con la posibilidad de separarse –en medio del mundo: Medio Oriente– de los hijos del atraso y de las criaturas de la tinieblas. Recordemos que, con una puntería impune, se dispara a la infancia de esa estirpe para yugular de raíz la vieja tentación palestina y semita de descender.
A fin de cuentas, nuestra adorable comedia imperial, que para nada –a pesar de los reveses militares– está en decadencia, es este doble dispositivo: simplificador del lado real; complicado y enredante del lado social y tecnológico. Caído como el maná del cielo de lo que se llama América, nuestro poder es tétrico en lo existencial y optimista en lo espectacular. La soledad inenarrable de las almas se alía con la histeria del contacto. De un lado, el conductismo masivo de las poblaciones bajo la economía de la imagen y la acción empresarial; empezando, hay que repetirlo, por la pequeña u mediana empresa de sí mismo. Del otro, como suplemento, una libertad de expresión que –no sólo en las salvajes despedidas de soltera inglesas en la dulce costa española–, a la fuerza, ha de rozar lo obsceno. En el límite, la abyección nos salva de la depresión.
Sobre el autor
Ignacio Castro Rey es filósofo y crítico de la cultura. Aparte de numerosos artículos, críticas literarias y cinematográficas, sus últimos tres libros son: Antropofobia. Inteligencia artificial y crueldad calculada (Pre-Textos), En espera. Sobre la hipótesis de una violencia perfecta (LaOficina ed.) y Sexo y silencio (Pre-textos).
A very worthwhile and use critique of the USA.
Homeginized to the blandest point.
Our current political stances decided only by left and right.
In the Southwest we stll hvae a unique culture .
But tht too is wanning.
Jewish influence in every aspect of our lives is certainly to blame.
And so also our leader both in the Church and in politics.
In the USA we can't seem to find an answer.
Perhaps Spain is going in a better direction.
Lets hope we follow.