¿Qué pasó con la vida?
El concepto de vida que se fue imponiendo desde 2020 estaba centrado en el temor y la distancia en aras de la mera supervivencia biológica. Pero vivir es nacer a cada instante
En los orígenes de la cultura occidental, en la Grecia clásica, encontramos una rebosante confianza en la vida. En su clásico The Greeks (Los griegos), insuperable introducción al mundo helénico, H.D.F. Kitto comentaba que el elemento de tragedia en la cultura griega nada tenía que ver con el pesar: los griegos reían con frecuencia y exhibían una «casi feroz alegría de vivir» (almost fierce joy in life). En ninguna otra cultura posterior, continúa Kitto, volvemos a encontrar aquella «extraordinaria confianza en la humanidad» (superb self-confidence in humanity), como no sea en el Renacimiento, que precisamente tomaba como modelo a la Grecia clásica.
Contrastando la poesía griega antigua con la literatura moderna, Kenneth Rexroth también destaca en ella la expresión de confianza en el mundo y en la vida:
¿Qué caracteriza a esta poesía? ¿Qué es la sensibilidad pagana? ¿Qué es lo que se fue perdiendo? La confianza.
En griego clásico, para decir «hola» y «adiós» se decía «¡alegráos!», «¡alégrate!» (χαίρετε, χαῖρε). Tal vez había una resonancia de ello en la fórmula de despedida, cada vez más en desuso, «¡que usted lo pase bien!».
¿Qué ha ocurrido para que desde el amanecer griego, rebosante de vitalidad y espontaneidad, en el que lo divino, lo natural y lo humano nunca están separados, se pase a mundos llenos de artilugios y de absurdo, de artificios y de ansiedad, mundos vacíos de sentido, huérfanos de lo divino, desligados de lo natural y, cada vez más, alienados de todo lo propiamente humano?
«Vivir es nacer a cada instante», escribió Erich Fromm. Nacer nuevamente, una y otra vez, psicológicamente y también fisiológicamente. La célula no es un objeto sólido (el citoplasma es agua en gran medida), sino un remolino de fuerzas inextricables: no es una entidad mecánica, sino un proceso vivo en continua transformación.
Vivir es renovarse. Lo sabemos cuando sentimos que en nuestro interior la vida fluye, libre. Pero en los últimos siglos, y todavía más en los últimos años, este continuo impulso renovador, propio del humus que es lo humano, parece haber ido quedando sepultado bajo el asfalto de las abstracciones y los artificios.
Muchas de las mentes más lúcidas de los tiempos modernos han reclamado poner las abstracciones y la cultura al servicio de vidas plenamente vividas. Ejemplo de ello es Goethe, la figura culminante de la literatura alemana de los últimos siglos, con su «Gedenke zu leben», ‘piensa en vivir’ (o ‘no te olvides de vivir’, como lo expresa Pierre Hadot en el libro que construye a partir de esta frase). También Paul Valéry proclama, en uno de los versos más célebres de El cementerio marino, que «Le vent se lève! … Il faut tenter de vivre!» (‘El viento se alza… ¡Hay que intentar vivir!’).
Estas invitaciones a la vida plenamente vivida nada tienen que ver con el concepto de vida que se imponiendo desde 2020, centrado en el temor, la distancia y la renuncia en aras de la mera supervivencia biológica. A lo largo de la historia, son muchas las personas que han ignorado, acortado o complicado su existencia biológica a fin de vivir con mayor coherencia y mayor sentido: las huelgas de hambre son un claro ejemplo, y otros muchos hay, en lo heroico y en lo cotidiano.
Las exhortaciones a vivir en sentido pleno pueden sonar un tanto ingenuas o banales en el contexto de la cultura contemporánea, tan impregnada de cinismo y de nihilismo. Pero incluso Jacques Derrida, el más destacado filósofo posmoderno, declaró prácticamente como mensaje final de su vida, en su última entrevista, que tenemos que «apprendre à vivre enfin» (‘aprender a vivir, a fin de cuentas’).
La necesidad de poner la vida en el centro de la experiencia y del pensamiento también palpita en Nietzsche, Bergson, Ortega, Whitehead, Merleau-Ponty y muchos otros filósofos. Bergson, por ejemplo, señala que la inteligencia abstracta es «muy hábil manipulando lo inerte» pero «muestra su torpeza tan pronto como toca lo vivo». Más recientemente, el sinólogo y filósofo François Jullien, que se ha esforzado en construir un puente entre el pensamiento europeo y el pensamiento taoísta de la China clásica (nada que ver con el actual totalitarismo chino), ha resumido el contraste entre uno y otro en el título De l’Être au Vivre (‘Del Ser al Vivir’). El pensamiento occidental se ha centrado en el Ser (y, sobre todo desde Descartes, en las sustancias fijas y aisladas, la objetividad y el distanciamiento), mientras que la filosofía taoísta invita a sumergirse en el Vivir, en un mundo de relaciones, experiencia y plena presencia.
El cambio de horizonte del Ser al Vivir encaja con lo que proponía Erich Fromm en el ensayo citado al principio. Para que el ser humano sea plenamente humano, escribía, «tendrá que ser aventurero, valiente, imaginativo, capaz de sufrir y de gozar», y «sus poderes estarán al servicio de la vida, no al servicio de la muerte».
Winston Smith, el protagonista del 1984 de Orwell, ve en un sueño como la vida que vibra en un cuerpo humano conlleva una promesa de liberación:
Con su gracia y despreocupación parecía aniquilar toda una cultura, todo un sistema de pensamiento, como si el Gran Hermano y el Partido y la Policía del Pensamiento pudieran ser barridos hacia la nada con un solo movimiento espléndido del brazo. Ese también era un gesto que pertenecía a un tiempo antiguo. Winston se despertó con la palabra Shakespeare en los labios.
Tal vez ese recuerdo le ayuda cuando, hacia el final de la novela, se enfrenta a su torturador:
—Sé que fracasaréis. Hay algo en el universo, no sé, un espíritu, un principio, al que nunca podréis vencer.
—¿Crees en Dios, Winston?—No.
—Entonces ¿qué es ese principio que nos vencerá?
—No lo sé. El espíritu humano.
El espíritu humano: la palabra llena de sentido, la creatividad, el fondo de luz de la conciencia, la participación en el latido de la vida. El espíritu humano y todo aquello con lo que nos conecta. Todo lo que somos, más allá de lo digitalizable, robotizable y controlable.
Extraído del capítulo 24 de Jordi Pigem, Pandemia y posverdad: La vida, la conciencia y la Cuarta Revolución Industrial, Fragmenta, Barcelona, 2021, páginas 111-115 (las referencias se encuentran en las páginas 137-138)
Sobre el autor
Jordi Pigem es Doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona. Fue profesor del Masters in Holistic Science del Schumacher College (Inglaterra). Entre sus libros destaca una reciente trilogía sobre el mundo contemporáneo: Pandemia y posverdad (2021), Técnica y totalitarismo (2023) y Conciencia o colapso (2024). Desde 2025 es Fellow del Brownstone Institute y miembro fundador de Brownstone España.