Israel, Estados Unidos e Irán: la guerra apenas ha comenzado
El viejo sueño neoconservador de rediseñar Oriente Medio a través de una serie de cambios de régimen en beneficio de EEUU e Israel, olvidado durante más de una década, ha vuelto a primer plano.
El repentino alto el fuego impuesto a Israel e Irán el 24 de junio por el presidente estadounidense Donald Trump, en lo que muchos han denominado la "guerra de los 12 días", probablemente no marque el fin de las hostilidades, sino el comienzo de una confrontación más amplia y peligrosa por la hegemonía en Oriente Medio con posibles ramificaciones globales.
Los doce días de conflicto que presenciamos representan una escalada desestabilizadora en la confrontación entre Israel e Irán, que ha pasado de la "guerra en la sombra" de décadas anteriores a un enfrentamiento militar directo.
Por una parte, Irán había causado problemas a Israel principalmente a través de sus aliados regionales, especialmente Hamás y Hezbolá. Israel, en cambio, había llevado a cabo una serie de operaciones encubiertas (sabotaje y asesinatos selectivos) en suelo iraní, a menudo utilizando socios locales.
Por otra parte, ambos países atacaron directamente sus respectivos territorios (aunque a distancia, ya que no comparten frontera). Las primeras señales de esta escalada llegaron con los intercambios de misiles entre ambos países en abril y octubre de 2024.
Tanto en la guerra en la sombra de décadas pasadas como en la confrontación directa que finalizó el 24 de junio, Israel contó con el apoyo de Estados Unidos.
“Los hombres de verdad quieren ir a Teherán”.
Desde la revolución de 1979, cuando Irán se retiró del sistema de alianzas estadounidense en la región, Washington ha visto a la República Islámica como un enemigo a eliminar.
El enfoque estadounidense se mantuvo inalterado incluso después de que el impulso revolucionario iraní perdiera su empuje inicial y se hiciera evidente que la revolución no se extendería más allá de las fronteras iraníes.
Desde principios de la década de 2000, el país fue visto durante años como el premio mayor de un plan neoconservador para rediseñar Oriente Medio y asegurar definitivamente la hegemonía estadounidense-israelí en la región.
Este objetivo se expuso explícitamente en un documento de 1996, redactado por un grupo de estrategas neoconservadores liderado por Richard Perle, titulado "Una ruptura limpia: Una nueva estrategia para asegurar el terreno".
Durante los años de la invasión estadounidense de Irak, circuló un dicho popular en los círculos neoconservadores, supuestamente pronunciado por primera vez por un alto funcionario británico: "Todos quieren ir a Bagdad. Los hombres de verdad quieren ir a Teherán".
Incluso en 2009, la idea de un cambio de régimen en Irán seguía muy presente en los círculos del establishment estadounidense, como lo confirma un informe de la Brookings Institution (uno de los think tanks estadounidenses más influyentes) titulado "¿Cuál es el camino que lleva a Persia? Opciones para una nueva estrategia estadounidense hacia Irán".
El capítulo 5 del informe, titulado "Déjenselo a Bibi: Permitir o fomentar un ataque militar israelí", resulta ahora notablemente profético.
Sin embargo, tras los fracasos de George W. Bush en Irak y Afganistán, y tras la derrota de Israel en la guerra de 2006 contra Hezbolá en el Líbano, los planes neoconservadores para Oriente Medio quedaron gradualmente relegados a un segundo plano.
Tras otro fracaso en Siria —donde Washington había intentado una nueva operación de cambio de régimen tras las revueltas árabes de 2011—, el gobierno de Obama intentó implementar su anunciado "pivote hacia Asia" para contener el ascenso de China y apoyó el levantamiento de Maidán en Kiev en 2014 como una maniobra antirrusa.
Un año después, precisamente con el objetivo de desvincularse gradualmente de Oriente Medio, Obama llegó a un acuerdo con Teherán —el llamado Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC)— para zanjar la cuestión nuclear y establecer un frágil modus vivendi con Irán. El objetivo era permitir que Washington centrara su atención en otros asuntos.
En los años siguientes, los presidentes estadounidenses se verían cada vez más absorbidos por la confrontación con Moscú en Ucrania, la guerra comercial con Pekín y, en general, la renovada competencia entre grandes potencias.
En Washington, Oriente Medio pasó a un segundo plano, lo que provocó un enfriamiento de las relaciones con aliados de larga data como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, y un aumento constante de la presencia económica china en el Golfo.
Nuevos planes de EE. UU. en Oriente Medio
Al darse cuenta de su pérdida de influencia en Oriente Medio, el gobierno de Biden ideó en 2023 un plan para el regreso de Estados Unidos a la región, basado en nuevos acuerdos de seguridad con socios clave de EE. UU. en el Golfo, en la reactivación de los Acuerdos de Abraham introducidos por el expresidente Donald Trump para normalizar las relaciones entre Israel y los países árabes, y en el anuncio de un corredor económico —el Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa (IMEC)—, cuyo objetivo era consolidar la nueva arquitectura de seguridad estadounidense en la región desde una perspectiva logística y comercial.
El IMEC se presentó como una alternativa clara (y algo presuntuosa) a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) de China, con el objetivo de frenar la creciente influencia de Pekín.
Los Acuerdos de Abraham pretendían crear un frente regional árabe-israelí-estadounidense destinado a aislar a Irán y a sus aliados regionales en el llamado "Eje de la Resistencia" (Hamás, Hezbolá, Siria, las milicias chiítas en Irak y Ansar Allah en Yemen). Sin embargo, este marco se vio desbaratado por el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 y la brutal respuesta militar israelí subsiguiente, que inevitablemente provocaría reacciones de Hezbolá en el Líbano, las milicias chiítas en Irak y Ansar Allah (también conocidos como los "hutíes", en honor a su fundador) en solidaridad con Hamás y los palestinos de Gaza.
Esta nueva desestabilización de Oriente Medio puso en tela de juicio toda la estructura del IMEC y los Acuerdos de Abraham: un corredor económico jamás podría formarse en una región asolada por el conflicto, y una normalización de las relaciones, en particular entre Arabia Saudí e Israel, era impensable mientras el ejército israelí perpetraba una masacre de palestinos.
Por esta razón, el gobierno de Biden, si bien nunca dejó de proporcionar apoyo logístico y armas esenciales para la operación militar de Israel, intentó repetidamente desalentar los planes israelíes de expandir el conflicto a escala regional, proponiendo en su lugar una solución política para Gaza, que el gobierno del primer ministro Netanyahu rechazó sistemáticamente.
El punto de inflexión de septiembre de 2024
El punto de inflexión que ayudó a disipar las dudas de muchos estrategas estadounidenses y varios miembros de la administración Biden fue la impactante operación llevada a cabo por el ejército israelí en el Líbano el 27 de septiembre de 2024, que condujo a la eliminación del secretario general de Hezbolá, Hassan Nasrallah, y a la decapitación de todo el liderazgo del grupo.
Esa operación, basada en un escalofriante nivel de penetración de inteligencia que permitió a Israel reconstruir con extrema precisión los movimientos de los principales líderes del movimiento libanés y atacar en el momento decisivo con resultados devastadores, impulsó a muchos en Washington a reevaluar sus posiciones.
La perspectiva de asestar un golpe mortal a un segundo eslabón del eje proiraní, tras el debilitamiento militar de Hamás en Gaza, llevó a figuras políticas y analistas en Washington a considerar la estrategia de utilizar a Israel como ariete para desmantelar el Eje de la Resistencia y aislar a Irán como una opción viable.
Cabe recordar que en esa misma ocasión, Jared Kushner, yerno de Trump (entonces en campaña presidencial), escribió en una extensa publicación en Twitter que Hezbolá era como un arma apuntando a la cabeza de Israel. Hasta entonces, ese arma había impedido la destrucción de las instalaciones nucleares de Irán.
Sin Hezbolá, argumentaba Kushner, Irán era significativamente más débil y estaba más expuesto a un posible ataque.
Estas opiniones cobraron mayor fuerza en Washington tras la dramática caída de Bashar al-Assad en Siria en diciembre de 2024 y el posterior desmantelamiento del aparato militar restante en Damasco mediante una campaña sistemática de bombardeos israelíes, que dejó el espacio aéreo sirio bajo pleno control israelí.
El viejo sueño neoconservador de rediseñar Oriente Medio mediante una serie de cambios de régimen en beneficio de Estados Unidos e Israel —postergado durante más de una década— resurgió con fuerza e inesperadamente.
El colapso de Assad dejó a Hezbolá aislado en el vecino Líbano y gravemente debilitado por el brutal enfrentamiento militar con Israel, que finalizó con el alto el fuego del 27 de noviembre (violado constantemente por Tel Aviv).
Gaza, sin ningún apoyo aparte del limitado respaldo de Ansar Allah desde el lejano Yemen, tuvo que afrontar sola su trágico destino.
Al este de una Siria ahora totalmente neutralizada, Estados Unidos continuó ejerciendo una influencia significativa en Irak y controlando su espacio aéreo.
Se abrió así una "ventana de oportunidad", como escribieron los comentaristas israelíes, para atacar las instalaciones nucleares de Irán, dado el estado de debilitamiento y aislamiento en el que se encontraba Teherán y la existencia de un corredor seguro que llegaba a la frontera iraní a través de los cielos sirio e iraquí.
¿Para qué sirve el programa nuclear de Teherán?
En este punto, es importante aclarar que el programa nuclear de Irán ha servido como un pretexto conveniente para lanzar un ataque militar contra el país, pero no es el verdadero objetivo de dicha acción.
Como ha escrito el analista Sina Toossi, el programa nuclear de Teherán no debe verse como una "cruzada ideológica para adquirir la bomba", sino como una herramienta calibrada para lograr disuasión y poder de negociación en la mesa de negociaciones.
No hay que olvidar que, desde su fundación en 1979, la República Islámica ha estado bajo embargo económico y constante amenaza militar, en particular por parte de Estados Unidos (incluido el apoyo estadounidense a actores regionales como Saddam Hussein durante la guerra entre Irán e Irak de 1980 a 1988).
Para superar este impasse, Teherán ha recurrido a diversas herramientas; en particular, la creación de una red de alianzas regionales que actúa como colchón de seguridad en torno a Irán, y el desarrollo tanto de un programa de misiles balísticos (especialmente para compensar la falta de una fuerza aérea eficaz) como de su programa nuclear.
Gracias a este último, Teherán se ha convertido en una potencia nuclear latente que, si bien hasta ahora no ha mostrado intención de construir un arma nuclear, posee casi toda la infraestructura y el conocimiento científico necesarios para hacerlo.
La estrategia de Irán persigue múltiples objetivos: utilizar elementos del programa nuclear como moneda de cambio en las negociaciones para lograr el levantamiento de las sanciones (que no se limitan a la cuestión nuclear y, en algunos casos, son anteriores a ella); fortalecer las herramientas que garantizan su independencia política, económica y científica en un entorno generalmente hostil; y, sin duda, mantener abierta la opción de construir un arma nuclear ante la aparición de una amenaza externa que afecte a su existencia.
En los últimos años, el liderazgo político iraní ha mostrado su disposición a no sobrepasar el umbral de la capacidad nuclear latente, lo que culminó con el acuerdo de 2015 (el mencionado PAIC) con la administración Obama.
Dicho acuerdo impuso límites verificables al programa nuclear iraní y un estricto régimen de monitoreo de sus instalaciones nucleares, a cambio de garantías de seguridad y la promesa de un alivio de las sanciones.
Como mencioné en un artículo anterior, fue Trump quien, en 2018, se retiró unilateralmente del acuerdo nuclear (que Irán estaba cumpliendo), sentando así las bases para la crisis actual.
A pesar de ello, según las últimas estimaciones de inteligencia estadounidenses, Irán no ha reactivado su programa nuclear militar (suspendido en 2003) y necesitaría otros tres años para construir un arma nuclear (incluyendo la miniaturización de una ojiva y el desarrollo de un sistema de lanzamiento balístico) si tomara la decisión política de hacerlo.
Por lo tanto, es evidente que el problema que Irán representa a ojos de sus adversarios no es el programa nuclear en sí, sino su negativa a someterse a la arquitectura hegemónica estadounidense-israelí en Oriente Medio, lo que lo convierte, por definición, en un competidor regional.
Cabe destacar también que el gobierno del presidente reformista Masoud Pezeshkian (en el cargo desde el 30 de julio de 2024) había incluido en su plataforma política el objetivo de reabrir las negociaciones con Estados Unidos para lograr una reconciliación con Occidente, un esfuerzo previamente intentado, sin éxito, por figuras como Mohammad Khatami y Hassan Rouhani (este último firmante del Plan de Acción Integral Conjunto).
El frente intervencionista en Israel y Estados Unidos
A pesar de la apertura de negociaciones en los últimos meses entre Irán y la administración Trump para resolver la disputa nuclear de forma pacífica, durante el mismo período se consolidó un "partido de la guerra" tanto en Israel como en Estados Unidos, decidido a emprender acciones militares contra Teherán.
Este bando era especialmente fuerte en Israel, donde toda una clase política apoyaba la posibilidad de un ataque. El 13 de junio (cuando comenzó la operación militar), expresó abrumadoramente su apoyo al primer ministro Netanyahu, incluyendo a miembros de la oposición.
Durante la guerra de 12 días, toda la controversia en torno al 7 de octubre, la crisis de los rehenes, la gestión de la guerra en Gaza y la crisis institucional de Israel desapareció del panorama mediático israelí, dando paso a un efecto de movilización política y de opinión pública.
Dos figuras clave en la planificación del ataque contra Irán fueron el director del Mossad, David Barnea, y el comandante de la Fuerza Aérea, Tomer Bar.
Otra figura esencial, el asesor de Seguridad Nacional, Tzachi Hanegbi, jugó un papel crucial para obtener la aprobación del Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, Eyal Zamir.
El respaldo militar marcó una ruptura decisiva con el pasado. De hecho, desde 2007, todos los jefes militares de Israel —desde Gabi Ashkenazi hasta Benny Gantz y Gadi Eisenkot— se han opuesto a la idea de un ataque militar contra Irán.
Barnea, por su parte, transformó radicalmente el Mossad, introduciendo innovaciones tecnológicas en vigilancia, rastreo, monitoreo y el uso de inteligencia artificial. Esto permitió las operaciones de "decapitación" contra los líderes de Hezbolá en el Líbano y la élite militar iraní, así como los asesinatos selectivos de líderes de Hamás desde Beirut hasta Teherán.
Al igual que Netanyahu, Barnea se opuso al acuerdo nuclear de 2015. También mantuvo una estrecha coordinación con la CIA, que desempeñó un papel crucial en la preparación de la Guerra de los 12 Días.
Además del director de la CIA, John Ratcliffe, el general Michael "Erik" Kurilla, jefe del Comando Central de Estados Unidos (CENTCOM), que supervisa Oriente Medio, fue un aliado clave de Israel dentro de la administración Trump.
Múltiples fuentes identifican a Kurilla como la figura clave dentro de la administración que impulsó la aprobación del ataque contra Teherán.
A menudo descrito como un firme partidario de Israel, Kurilla ha considerado durante mucho tiempo a Irán como una amenaza que debía eliminarse. Fue el arquitecto de la fallida campaña de bombardeos contra Ansar Allah en Yemen.
La determinación de Kurilla de neutralizar a Irán se basa en su convicción de que Teherán está estrechamente vinculado a Moscú y Pekín.
Como explicó ante el Comité de las Fuerzas Armadas de la Cámara de Representantes en 2023, la mitad del petróleo y más de un tercio del gas natural de China provienen de Oriente Medio, gran parte del cual se transporta a través del Estrecho de Ormuz. "Eso los hace vulnerables", concluyó Kurilla.
Para él, atacar a Teherán también significaba debilitar a China y Rusia.
Esta opinión es compartida por otros en Washington, especialmente entre republicanos y neoconservadores. Como era de esperar, el lobby israelí apoyó toda la operación y presionó incluso a los demócratas más reticentes.
Esta amplia coalición sentó las bases para un endurecimiento de la postura negociadora de la administración, lo que llevó las conversaciones con Teherán al borde del colapso, al tiempo que facilitaba la planificación y ejecución del ataque.
Primera parte de un artículo de dos partes de Roberto Iannuzzi, republicado desde el Substack de Thomas Fazi. Publicaremos la segunda parte la próxima semana.
Sobre el autor
Roberto Iannuzzi. Analista independiente especializado en política internacional, mundo multipolar y (des)orden global, crisis de democracia, biopolítica y “nueva normalidad pandémica”.