Confluencia de distopías
Huxley y Orwell muestran que en una distopía tecnocrática el camino hacia el poder pasa por sembrar el engaño y la confusión, sofocar el pensamiento independiente y controlar la mente de las personas.
Algo inquietante, inesperado para la mayoría, sin precedentes a esta escala, se viene cerniendo sobre el mundo desde, al menos, 2020.
No es fácil definirlo con claridad o ponerle nombre. Hoy parece que su poder se ha ido debilitando, aunque su presencia puede sentirse todavía en muchos lugares, bajo muchos disfraces.
Había sido presagiado, hasta cierto punto, por escritores perspicaces, desde hace tiempo. En las décadas de 1920, 1930 y 1940, Zamyatin, Huxley y Orwell intuyeron que el mundo se dirigía hacia nuevas formas de deshumanización. Cada uno de ellos escribió una gran novela distópica como advertencia: Nosotros (1924), Un mundo feliz (1932) y 1984 (1949).
La novela de Zamyatin, escrita originalmente en ruso, se publicó por primera vez en una traducción inglesa que más tarde influiría tanto en Huxley como en Orwell. Fruto de su decepción con el naciente régimen soviético, describe una distopía tecnológica en que las personas no tienen nombre, sólo números (D-503 es el protagonista). Se titula Nosotros porque es un mundo sin “yo”, sin identidad personal.
En la distopía de Huxley, Un mundo feliz (Brave New World), la identidad personal tampoco importa: lo único que importa es la eficacia del sistema tecnocrático. Desde su nacimiento artificial, los sujetos son condicionados para ser engranajes de la maquinaria del Estado, y cuando no se hallan al servicio del Estado son arrastrados por una marea de seducciones y distracciones. Como Huxley explica más tarde en Nueva visita a un mundo feliz (Brave New World Revisited):
En Un mundo feliz, las distracciones continuas y de lo más fascinantes son usadas a propósito como instrumentos de gobierno, con la finalidad de que la gente no preste demasiada atención a las realidades de la situación social y política.
Nadie tiene tiempo para estar consigo mismo, para ser sí mismo —porque entonces podría pensar por sí mismo. En palabras del mandamás de la distopía de Huxley, llamado “el Controlador”:
En los malos viejos tiempos, la gente mayor se jubilaba, se retiraba, se interesaba por la religión, se pasaba el tiempo leyendo, pensando, ¡pensando!... Ahora (así es el progreso) [...] la gente mayor no tiene tiempo, ni un momento sin placer, ni un momento para sentarse y pensar.
Nuestro mundo actual está lleno de seducciones y distracciones: cada vez es más raro poder “sentarse y pensar”, o nutrir el pensamiento leyendo, como estás haciendo ahora. ¿Vivimos ya en Un mundo feliz? En los años 30 del siglo XX, Huxley imagina que su distopía tecnocrática podría ser una realidad en Anno Ford 632, es decir, seis siglos después. Pero en la década de 1940 se da cuenta de que las cosas se deterioran a un ritmo acelerado. En 1946 escribe en un prólogo a su novela: “Hoy parece muy posible que tengamos encima este horror antes de que pasen cien años”.
“Antes de que pasen cien años”, contando desde 1946: en el curso de nuestras vidas.
Cuando Huxley escribe esas palabras, Orwell se encuentra en la isla escocesa de Jura, escribiendo 1984. Tres años más tarde, cuando se publica la novela, envía un ejemplar a Huxley, que había sido su profesor en Eton. En octubre de 1949, Huxley responde y felicita a Orwell por su trabajo, pero señala a la vez que el poder basado en la vigilancia y el castigo (como en muchas páginas de 1984) acabará siendo sustituido por el poder basado en la distracción y la alienación:
Parece dudoso que la política de la bota-en-la-cara pueda continuar indefinidamente. Mi opinión es que la oligarquía gobernante encontrará formas más sutiles y provechosas de gobernar y de satisfacer su sed de poder, y esas formas se parecerán a las que describí en Un mundo feliz [...]. En otras palabras, creo que la pesadilla de 1984 está destinada a transformarse en la pesadilla de un mundo más parecido al que imaginé en Un mundo feliz.
En Divertirse hasta morir (Amusing Ourselves to Death, 1985), Neil Postman comenta:
Orwell temía que prohibieran los libros. Huxley temía que no hubiera ninguna necesidad de prohibir un libro, porque nadie habría que quisiera leerlo. Orwell temía que nos privaran de información. Huxley temía que nos inundaran con ella hasta reducirnos a la pasividad y al egoísmo. Orwell temía que nos ocultaran la verdad. Huxley temía que la verdad se ahogara en un mar de irrelevancia.
En cualquier caso, Orwell también analiza la alienación al servicio del poder tecnocrático y lo hace de manera no menos sutil que Huxley. En palabras de Orwell, se trata de “romper en pedazos las mentes humanas y volverlas a ensamblar en nuevas formas que tú eliges”. Dicho en otros términos, el objetivo es “extinguir de una vez por todas la posibilidad del pensamiento independiente”. Eso incluye sembrar la confusión y socavar el significado de las palabras, a fin de “reducir el abanico del pensamiento”.
Huxley y Orwell muestran que en una distopía tecnocrática la avenida hacia el poder pasa por sembrar el engaño y la confusión, sofocar el pensamiento independiente y controlar la mente de las personas. Un mundo feliz y 1984 ilustran formas complementarias de alienación: una gira en torno a la distracción, la otra en torno al engaño. Ambas distopías, complementarias, confluyen en nuestra época.
Al igual que Huxley, Orwell también señaló que esto podría suceder en nuestro tiempo. En 1984, pese al año que da título a la novela, se afirma repetidamente que el factor alienante clave, la reducción del abanico del pensamiento, sólo se completará “hacia 2050”:
¿Se te ha ocurrido alguna vez, Winston, que para el año 2050, como muy tarde, no habrá una sola persona viva que pueda entender una conversación como la que estamos teniendo ahora?
Estamos dando a la lengua su forma definitiva. [Las palabras que permiten pensar] quedarán obsoletas antes del año 2050.
Se esperaba que el Newspeak [el lenguaje que no permite pensar] sustituyera finalmente al Oldspeak en torno al año 2050.
Para 2050 (antes, probablemente) todo conocimiento real del Oldspeak habrá desaparecido. Toda la literatura del pasado habrá sido destruida. [...] De hecho, no habrá pensamiento, tal y como lo entendemos ahora. Ortodoxia significa no pensar.
La ortodoxia (la reducción del pensamiento, el “no pensar”) es promovida sobre todo en la novela de Orwell por el Ministerio de la Verdad. El Ministerio de la Verdad se encarna desde 2020, por ejemplo, en los autodenominados “verificadores de hechos”, que con los hechos hacen malabares, magnificando los irrelevantes y ocultando los que son importantes, creando escenarios, para las masas, que convienen a quienes los financian.
Sobre el autor
Jordi Pigem es Doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona. Fue profesor del Masters in Holistic Science del Schumacher College (Inglaterra). Entre sus libros destaca una reciente trilogía sobre el mundo contemporáneo: Pandemia y posverdad (2021), Técnica y totalitarismo (2023) y Conciencia o colapso (2024). Desde 2025 es Fellow del Brownstone Institute y miembro fundador de Brownstone España.
Gracias por este artículo que también es una crítica literaria, Jordi. Lo peor de los dos mundos. Ni Huxley ni Orwell se imaginaron que podían combinarse aunque es destacable que ya intuían cuando íbamos a llegar a ellos.
Ha sido ilustrativo como muestras la influencia que fueron teniendo entre ellos. ¿La mayoría de las personas no conocemos a Zamyatin por ser ruso?
Y, en esa línea y a pesar de haber sido un lector justito cuando los leí en mi años de instituto, un Mundo Feliz y 1984 dejaron huella en mí y siempre los percibí como las dos caras de la misma moneda, sin saber la relación que habían mantenido sus autores. El totalitarismo, la tecnología y, efectivamente, la deshumanizacion que en ellas se augura.